Santo Cristo de Cataláin
En el románico navarro del Valle de Valdorba destaca la actual ermita del Santo Cristo de Cataláin. Se supone fue construida en el primer tercio del siglo XII con influencias jaquesas en lo decorativo y de Loarre en lo arquitectónico, según José Yarnoz. Se encuentra a un kilómetro de Garinoáin camino de Leoz. Cuando visitamos este templo el pasado 22 de septiembre la persona que nos atendió de la Asociación para el Desarrollo de la Valdorba nos indicó que habían encontrado documentos antiguos que testimoniaban que la advocación inicial de la iglesia era a San Andrés y no al Cristo de Cataláin que sigue siendo objeto -este último- de romerías por los parroquianos del Valle de Orba.
Desde inicios del s. XIII hasta la desamortización de Mendizabal, el Santo Cristo de Catalain y sus dependencias y bienes pertenecieron al monasterio de Roncesvalles aunque hay dos documentos distintos sobre su donación. En los Anales de Navarra del padre Moret se indica que fue Sancho el Fuerte el donante. A su vez, Javier de Ibarra en su Historia de Roncesvalles afirma constar en el libro Becerro que fue donado por Jimeno y Miguel de Garinoaín. En ambos casos se indica que el abad de Roncesvalles era Martín de Guerra. Moret lo fecha en marzo de 1203 e Ibarra en 1208.
Yarnoz indica que desde principios del s. XII como hospital de peregrinos se incluye «en una de las rutas secundarias del Camino de Santiago. Aquella que tras atravesar el Pirineo por el puerto de Somport y pasar por Jaca y Sanguesa, en lugar de seguir la ruta principal por Monreal, Campanas, etc., se desviaba a Leache -donde los Sanjuanistas tenían un hospital- y por la ‘Vizcaya? entraba en la ‘Baldorba’, y descendiendo por el río Cemborain seguía hacia Campanas».
En 1776 data el contrato de obras que modificó la cúpula del falso crucero -pues es de una nave sola, como en Olleta y San Jorge de Azuelo-, ya que debía estar en ruinas y que, de ladrillo, se sustentaba sobre pechinas. En la restauración dirigida por Yarnoz se optó por derribar toda la obra del s. XVIII para «devolver al templo su primitiva fisonomía». A tal efecto se recompuso el segundo arco triunfal, se eliminó la tribuna y una galería lateral, y, ante todo, se proyectó una nueva cúpula: «Al proyectar la cúpula sobre trompas, de la que sólo había datos comparativos, pensamos que fuera ciega, sin linterna, como por lo general solían serlo las de esta época (Loarre, Azuelo, etc.), pero a la vista de lo oscuro que iba a quedar el interior del templo -las ventanas del ábside y del muro de imafronte son muy estrechas y las laterales siguen tapadas por el edifico adosado- decidimos reconstruir la linterna, similar y de la mismas dimensiones que la del XVIII, en parte como recuerdo de ella pero en realidad como elemento de iluminación. Toda esta construcción se realizó en ladrillo, para indicar que no es original. Interiormente se revocó para señalar más claramente su diferencia y exteriormente el ladrillo se dejó visto».
Tras los estudios realizados, y excavaciones, Yarnoz considera que la estructura primitiva fue la siguiente: «Iglesia de una sola nave dividida en cuatro tramos, con cúpula sobre trompas en el primero, el inmediato al ábside. Ábside semicircular con bóveda de horno y cubierta de madera sobre arcos de diafragma en los tres últimos de la nave». Reitera que «la influencia de Jaca en este monumento es extraordinaria, tanto en la decoración como en la estructura».
Tanto Francisco Íñiguez Almech como José Yarnoz Orcoyen fechan su edificación en el primer tercio del siglo XII (1100-1130), es decir, durante el mandato de Alfonso I «el Batallador» que fue Aragón y de Pamplona entre 1104 y 1134. El Batallador era hijo de Sancho Ramírez (1063-1094) del que destacaremos que otorgó fueros a Jaca (1077) e impulsó la construcción de su catedral románica a la par que su hermano García es el portador de la mitra episcopal.
Nuestra tesis penitencial de los capiteles de la portada
En su gran portada occidental – la Magna Porta– sobresale en su tímpano un extraordinario crismón flanqueado de una iconografía y epigrafía que ha sido estudiada por numerosos historiadores del arte románico. Ahora bien, la hermenéutica más aceptada sobre este pórtico de Jaca, en términos generales, es la expresada por Serafín Moralejo en las Jornadas Románicas de Cuxa (1976) que complementó un año después en un homenaje realizado a J.Mª Lacarra. Desde entonces, y tras la aportación de otros historiadores de arte, se ha consolidado la opinión de que recoge el ritual y trasfondo bíblico y teológico de una función litúrgica esencial que se desarrolló en su pórtico desde finales del siglo XI a comienzos del XVI: las penitencias públicas. El trasfondo penitencial igualmente se encontraba en la iconología de la primitiva portada románica septentrional de la catedral de Santiago de Compostela y en la decoración esculpida en la pequeña puerta de la antigua iglesia de San Isidoro de León que daba paso al Panteón Real. Pues bien, creemos que a este mismo ciclo iconológico penitencial responde la portada del Santo Cristo de Cataláin.
La penitencia pública medieval
En el equinoccio primaveral de 1071 se instala vez primera la liturgia romana a través del monasterio de San Juan de la Peña, abriendo así paso a la extinción del rito hispánico (mozárabe-toledano) que trajo consigo la reforma gregoriana de la mano del monacato cluniacense; además Sancho Ramírez viajó hasta Roma en 1089 para rendir vasallaje feudatario al papa. A su vez en el concilio de Burgos de 1080 se impone el rito romano en toda la monarquía castellano-leonesa.
La denominada penitencia pública tenía una fuerte carga de solemnidad debido a la escenificación litúrgica que oficiaba el obispo en la catedral durante el Miércoles de Ceniza y el Día de la Cena del Señor (Jueves Santo). Se regulaba por directorios, sacramentarios, pontificales y misales, siendo el Pontifical Romano-Germánico del siglo X el «modelo copiado en catedrales y monasterios durante la Baja Edad Media», según José Estarán Molinero («La penitencia pública en códices medievales aragoneses«, 2015). En este Pontifical Románico-Germánico, escrito hacia el año 950, se establece una confesión privada y otra con reconciliación pública. En el Pontifical de la Curia Romana (inicios del s. XIII) es ya triple: privada, pública solemne y pública no solemne.
«La Penitencia pública solemne, ya presentada con motivo de la Reforma Carolingia, erra irrepetible, exclusiva para laicos y para pecados escandalosos. Su descripción heredada del Pontifical Romano-Germánico, que recoge plegarias del Sacramentario Gelasiano, se encuentra en los sacramentarios de la Curia romana de los siglos XII y XII, y ya en desuso se halla también en el Pontifical de Guillermo Durando, obispo de Mende (1293-12959; éste es un Pontifical tan práctico que se convirtió en el primer Pontifical de la Iglesia Latina», indica Pedro Fernández Rodríguez.
En el Setenario y primera de Las Partidas de Alfonso X (mediados del s. XIII), se recoge en estos términos la Penitencia pública solemne:
«La llaman solemne porque la debe ejecutar el prelado mayor. Debe ser hecha en la puerta de la iglesia y ante todos y por pecados grandes y malos. La manera como se debe hacer es la siguiente: El primer miércoles de la cuaresma mayor [Miércoles de Ceniza] han de venir aquellos que se quieran confesar a la puerta de la iglesia, descalzos ), vestidos de paños de lana viles y rehechos, y han de venir con la cabeza agachada, el rostro contra la tierra y muy humildemente, declarándose culpables de los pecados que hicieron y avergonzándose de ellos y mostrando voluntad de ejecutar todo lo que se les mande como penitencia.
Han de estar presentes los arciprestes y clérigos de donde son parrpquianos y que oyeron sus confesiones.
Después de esto debe salir el obispo a la puerta de la iglesia [catedral], con sus clérigos, a recibirlos, rezando los salmos penitenciales y tomarlos de las manos y meterlos dentro de la iglesia. Debe el obispo postrarse a rezar delante del altar para que Dios los perdone. Mientras tanto ellos deben de estar siempre tendidos en tierra, llorando y rogando a Dios que no mire sus pecados, que son muchos y grandes, sino la gran misericordia que es para Él perdonar a los pecadores y escuchar a los que le imploran con humildad.
Tras la lectura de los salmos penitenciales debe levantarse el obispo, tirarles de los pelos y ponerles ceniza y echar agua bendita sobre sus cabezas; y después cubrirlos con cilicio que es un paño de esparto, diciendo estas palabras y llorando con suspiros: «Así como Adán fue echado del paraíso, conviene que ellos así sean echados de la iglesia por los pecados que hicieron».
Entonces debe el obispo mandar a los ostiarios, que son los porteros de la iglesia, que los echen de ella; y deben ir los clérigos detrás de ellos cantando un responso que dice así: «Con el sudor de su rostro y con sufrimiento ganarán su pan». Los penitentes habrán de morar en el portal de la iglesia en cabañuelas.
En el día santo del Jueves de la Cena deben acudir tempranamente los arciprestes y clérigos que oyeron sus confesiones, y presentarlos, otra vez a la puerta de la iglesia y meterlos dentro. Habrán de estar en la iglesia en todos los rezos horarios hasta el domingo de la octava [Domingo de Resurrección], pero no deben comulgar ni tomar nada en aquellos días; igualmente deben guardar ayuno y no entrar en la iglesia durante esa cuaresma y la siguiente cuaresma, y así cada año, hasta que hubieran terminado la penitencia, según las cuaresmas que les pusieren.
Y cuando hubieren acabado la penitencia, débelos el obispo reconciliar a la puerta de la iglesia, estando allí con ellos los clérigos que hemos dicho, a esto se entienden que se deben desnudar, y el obispo darles con una correa
rezando sobre ellos el salmo de «Miserere mei Deus» que hizo el rey David, que conviene mucho a aquellos que están en penitencia, pues tanto quiere decir como que ruega a Dios que les haga merecer según y su gran piedad, así que
con las muchas mercedes perdone los muchos pecados, de manera que queden limpios y lavados de ellos, y de allí en adelante, que hagan vida de buenos cristianos.
Y esta penitencia no se debe dar más que una vez, porque aquel que de ella no escarmienta bien se da a entender que no ama a Dios ni quiere salvar su alma».
La penitencia púvlica no solemne o peregrinación penitencial la celebraba el párroco «entregando la talega y el bordón a la puerta de la iglesia; de ahí el nombre de Puerta de los Peregrinos». Y así la describe Alfonso X en El Setenario: «El penitente debe ir en romería lejos de su tierra; o andando semidesnudo, en paños menores, llevando un palo de un codo largo o unos azotes con los que se hiera en cada iglesia que entre, estando de rodillas, diciendo el salmo «Miserere mei, Deus»; o llevando un cinto de hierro o un collar de hierro en la garganta o en los brazos o una vestidura áspera en torno a la carne; puede también ser encerrado en un monasterio o en otro lugar apartado, dándole mal de comer y de beber por el tiempo señalado según los pecados que hubiese hecho».
Ensogados o con argolla en el cuello
Tras describirnos Alfonso X en la Primera Partida cómo es la penitencia solemne nos da cuenta de las otras dos.
Los blasfemos eran igualmente corregidos por penitencia pública:
«El blasfemo debe tener tal pena que debe acudir siete domingos a la puerta de la iglesia y estar allí mientras se dice la misa, debe ayunar todos los viernes de estas siete semanas, a pan y agua, y no entrar en la iglesia hasta que se cumplan las siete semanas. El último domingo debe acudir a la puerta de la iglesia con saya o en paños de lino, descalzo y con una soga al cuello. Entonces el prelado lo debe reconciliar y meterlo en la iglesia y advertirle que de allí en adelante no diga nunca ofensa contra Dios ni Santa María ni contra los santos. Además debe dar de comer a uno o a más pobres, según su poder, durante los siete domingos y los siete viernes. Si fuese pobre le cambie el prelado la pena».
En los Cánones Penitenciales de san Carlos Borromeo (1538-1584) leemos:
Martí Gelabertó Vilagrán por su parte nos dice: «Desde el siglo XIII, las autoridades eclesiásticas seguían las directrices de una decretal del pontífice Gregorio IX del año 1236 promulgada dentro del Corpus Iuris Canonici, donde se ordenaba que el blasfemo permaneciese de pie ante la puerta de la iglesia durante siete domingos seguidos mientras se celebrasen los solemnes oficios de la misa. En el último, el reo se presentaría sin capa, descalzo y con una soga en torno al cuello, implorando a viva voz el perdón divino. Asociado a este humillante castigo, se imponía días de ayuno, multas y penas de cárcel, con la obligación añadida de dar limosna. Si el blasfemo rechazaba someterse a esta serie sucesiva de actos punitivos, se le prohibía entrar en la iglesia y era privado de recibir sepultura en tierra sagrada tras su fallecimiento.»
Así mismo nos cuenta que Pere Johan, vecino de Lérida, fue declarado blasfemo por sus jueces el 10 de enero de 1444 por ofender a Dios de palabra cuando discutía con otro campesino. La penalización consistió en «conducir al reo en un día festivo a la iglesia de Sant Joan y a permanecer de pie en las escalinatas del templo el
tiempo que durase la misa, ataviado con una camisa, cadena al cuello y cirio entre las manos, y a sus pies un cartón lleno de paja y cebada símbolo de su bestialidad«.
Ensogados encontramos incluso en las penitencias impuestas a los que buscaban hechizos, y hasta se traspasó al Nuevo Mundo, como lo refleja este apartado del Concilio Provincial de Méjico en 1585.
CAPITELES PENITENCIALES DE CATALÁIN
Expuesto todo lo anterior, vamos a contemplar los capiteles de la portadas y asociarlos al tema litúrgico-simbólico penitencial medieval.
La figura del ensogado está «más clara que el agua» y el carácter «pecador-bestial» de su pecado se refueraz con la cabeza zoomorfa que hay encima de él, en el ábaco. Las dos figuras humanas laterales son personajes del clero participantes en el rito de la penitencia pública. Y las aves de los extremos pueden aludir a almas cándidas, liberadas del pecado, en contraposición al personaje central penitencial. En el tímpano, recordémoslo, está el crismón, figura central del tímpano de Jaca, aunque en este caso muy sencillo y sin más aditamentos figurativos ni alrededor ni en sí mismo.
Al igual que sucede en el ábside de Jaca aquí encontramos -como allí- una figura «simiesca-animalesca» del ensogado. El carácter animalesco-pasional del penitente se plasma en los rasgos zoomorfos de la cara y en los dedos de las extremidades.
Posiblemente la figura central humana del capitel más cercano a la puerta sea el obispo y los otros dos sacerdotes, miembros del clero todos ellos en el acto penitencial, o tal vez incluso a los penitentes ya reconciliados,
. Y los de la izquierda rememoran el pasaje de Daniel entre leones, también presente en Jaca, dado que a Daniel se le asoció alegóricamente con la penitencia.
Dos personajes combatiendo entre sí, en el simbolismom de la psicomaquia simbolizan a la virtud contra el vicio. Por otro lado, también la iglesia tenía sus «penas» a imponer ante la violencia de los caballeros, a los que tenía que «doblegar» para que se sometieran a su código ético religioso-civil. Hay otros posibles significados en su polisemia simbólica pero no procede reseñarlos en este artículo.