Una mirada no estética sino contemplativa
En El fuego invisible Javier Sierra se ha «sacrificado intelectualmente» para poder ofrecer al lector medio un relato inteligible alejado de erudicción bibliográfica para que el ritmo del thriller no decayese ni exigiese detenciones contínuas por parte del lector para reflexionar-meditar sobre esas referencias «intelectuales» descartadas por el escritor, algunas de las cuales seguramente había incorporado en los borradores de la novela.
Uno de los evidentes mensajes que se desprenden de esta obra es que, tanto en la literatura como en la pintura y arquitectura, no hay que quedarse con el «placer estético», sino que hay que ahondar en su forma y contenido extrayendo el simbolismo arquetípico subyacente que actuará como transformador de nuestro psiquismo aportándonos «luz», «gnosis», una «comprensión íntima» que es a la vez «arquetípica-universal» de la esencia humana y del mundo que nos rodea. El ciclo literario griálico, partiendo de Li contes del Graal (Chrétien de Troyes), y la posible plasmación griálica en algunas pinturas románicas catalanas, son la «materia» en torno a la cual parte la Búsqueda-Demanda en El fuego invisible.
Y a este respecto viene bien transcribir las siguientes consideraciones del que estimo ser uno de los mayores hermeneutas del arte, Ananda Kentish Coomaraswamy. Frases que extraigo de su ensayo ¿Una figura del lenguaje o una figura del pensamiento? incluido en su libro La filosofía del arte:
– «Nosotros somos un pueblo peculiar. Digo esto haciendo referencia al hecho de que, mientras que casi todos los demás pueblos han llamado a su teoría del arte o de la expresión una «retórica» y han considerado el arte como un tipo de conocimiento, nosotros hemos inventado una «estética» y consideramos el arte como un tipo de sensación. El original griego de la palabra «estética» significa percepción por los sentidos, especialmente por la sensación…»
– «… Así pues, nuestra palabra «estética» da por hecho lo que ahora se asume comúnmente, a saber, que el arte es evocado por las emociones, y que tiene como finalidad expresarlas y evocarlas de nuevo. Alfred North Whitehead observaba que «excitar las emociones por las emociones mismas, fue un tremendo descubrimiento» . Nosotros hemos llegado a inventar una ciencia de nuestros gustos y disgustos, una «ciencia del alma», la psicología, y hemos substituido la concepción tradicional del arte como una virtud intelectual y la de la belleza como perteneciente al conocimiento por meras explicaciones psicológicas…»
– «… Nosotros debemos saber lo que la obra tiene intención de recordarnos, y si ella es igual [es un símbolo adecuado] a este contenido, o si por falta de verdad traiciona este paradigma…» O dicho de otra manera «El crítico experto de una imagen, ya sea en pintura, música, o en cualquier otro arte, debe conocer tres cosas: cuál era el arquetipo, y en cada caso, si se hizo correctamente y si se hizo bien» (Platón en Leyes).
– «… Es tarea nuestra comprender y usar los símbolos como soportes de contemplación y con miras a una recordación [de los arquetipos]..:» O como expresa Platón en Fedro: «Todo conocimiento verdadero está interesado en lo que es sin color, sin forma e intangible…»
– Y en su ensayo «Samvega«, dice Coomaraswamy: «En la profundísima experiencia que puede ser inducida por una obra de arte (u otro recordador), nuestro ser mismo es sacudido hasta sus raíces», pues como dice Plotino: » «No todos los que perciben con los ojos los productos sensibles del arte, son afectados igualmente por el mismo objeto, pero si lo conocen como un retrato exterior de un arquetipo subsistente en la intuición, sus corazones son sacudidos, turbados, y capturan la memoria de ese Original [arkho]«. Concención plotiniana que resume André Grabar así: «…sólo la imagen contemplada con los ojos interiores es capaz de cumplir su suprema función, que es revelarnos un reflejo de lo inteligible (…) Para Plotino, el papel de la imagen es ofrecernos una visión del Nous, una visión desde el intelecto. La contemplación es, en efecto, lo único que, despreciando la materia pura, que es el no-ser, puede hacer aparecer el orden espiritual que se refleja en la materia formándola. Es incluso este acto de la contemplación d elo inteligible el que crea ese orden, que hace del mundo sensible un reflejo del Nous.»
Esta «visión numinoso-arquetípica» del arte, y de la literatura griálica que es el leitmotiv de El Fuego Invisible es, por tanto, uno de esos «mensajes esotéricos» que Javier Sierra desvela (en lo que escribe) y vela (en cuanto no lo escribe debido a ese «sacrificio intelectual» del que hablaba al inicio de este artículo) en su novela, la cual tiene un transfondo «apocalíptico» (y no sólo por los referente pictóricos románicos que complementan la indagación literario-griálica»). «La verdad» de la «experiencia-cumbre» que irrumpe numinosamente al quedar «embargado-embriagado» por ese «arkho plotiniano» es «iluminativa». O dicho en palabras de Ortega y Gasset: «Esa pura iluminación subitánea, que caracteriza a la verdad, tiénela ésta sólo en el instante de su descubrimiento. Por esto su nombre griego, alétheia – significó originariamente lo mismo que depués la palabra apocalipsis-, es decir, descubrimiento, revelación, propiamente desvelación, quitar de un velo o cubridor».
Por eso en la novela de Sierra el personaje de Victoria Goodman -cual gurú femenino- enseña a sus discípulos «a trascender lo textual, a ir más allá de la física de las palabras para descubrir el tesoro oculto en cada libros» y la escuchamos decir: «…la literatura y la música verdaderas sirvieron desde el principio para trazar el camino hacia los mundos superiores. Para eso se inventó la literatura. Para abrirnos paso a lo trascendente». Así como recurre a San Pablo en una epístola para confirmar que de lo que se trata es de ir «per visibilia ad invisibilia» («a lo trascendente desde lo tangible»).