El 24 de septiembre de 1994 publiqué en Soria 7 Días, dentro de mi serie «El otro lado», el artículo «Las distintas facetas del arcángel San Miguel».
En esta serie, una especie de «Guía mágica de Soria», daba a conocer leyendas, tradiciones, ritos y elementos iconológicos artísticos de la provincia de Soria para luego integrarlos en un contexto arquetípico que, trascendiendo lo localista, explicase diversos aspectos de los referentes sorianistas citados, para lo cual recurría sobre todo a la Historia Comparada de las Religiones (especialmente Mircea Eliade), la simbología (Jung y Guénon especialmente) y la psicología analítica junguiana.

El artículo «Las distintas facetas del arcángel San Miguel» comenzaba describiendo la estatua renacentista de San Miguel y Satanás que hay en retablo del trascoro de la catedral del Burgo de Osma, otra existente en la capilla de la Virgen del Espino y dos dovelas de las dos portadas góticas de la catedral en la que se representaba a San Miguel en su iconología más representativa del período románico y gótico: con la balanza en las manos pesando las ánimas como juez inmediato y particular de cada ánima en el trasmundo (psicóstasis). Sobre estas figuras escribí posteriormente un poco en un libro y un ensayo, texto que puede leerse en el post «San Miguel y Lucifer, Luz y Sombra, dualidades del Bien y Mal en el cristianismo».
El resto del artículo, tal cual, lo transcribo a continuación.

Iglesias y ermitas de San Miguel sobrepuestos a templos paganos
Las leyendas de las apariciones del arcángel San Miguel al papa Gelasio, que dio origen a la construcción del primer templo con su advocación en el monte Gargano (495); ante el papa Adriano IV y ante San Auberto de Avranches (que se plasmaría con otro templo en el Mont Saint-Michel), son arquetípicas. Otro tanto cabe decir de la leyendas del templo de San Miguel de Aralar (Navarra) en la que aparece un dragón.
El toro o buey indican el emplazamiento de las cavernas en las que San Miguel desea que se construya un templo en los montes Gargano y Saint-Michel, corno luego sucedería con el hallazgo de la tumba del apóstol Santiago en Compostela. Y el toro aparece en la leyenda de Hércules y el monte Gargano (en el Moncayo se unen San Miguel y Hércules también).

Todo ello nos está indicando que las ermitas e iglesias levantadas en honor de San Miguel se encuentran en lugares telúricos en los que corren energías sutiles relacionadas simbólicamente con la serpiente y el dragón; lugares de culto ancestral cuyos templos paganos fueron reemplazados por cultos cristianos.
La iconología y atributos de San Miguel es una prueba más de esta sustitución. San Miguel acogerá atributos de numerosas divinidades, especialmente del egipcio Anubis, pesador de las almas en una balanza, del Hermes griego y del Mercurio romano, como aseguran numerosos historiadores de religiones comparadas.
Trasfondo pagano de San Miguel
Lo que nos vienen a decir numerosos investigadores es que el cristianismo fue acaparando en su santoral a las divinidades paganas más difíciles de excluir en el culto ancestral de los pueblos en los que se fue imponiendo, muchas veces a sangre y fuego corno demuestra crudamente la historia. Los atributos de las divinidades que resultaban más conflictivas con la nueva religión imperante y aquellas divinidades que confrontaban demasiado con el cristianismo fueron satanizados y convertidos en demonios.
Así sucedió, por ejemplo, con Lucifer, «Portador de la Luz, Hijo de la Mañana, Dragón del Alba, Príncipe del Poder del Aire, Señor de la Luz, Estrella Matutina y Vespertina». Lucifer se convirtió en el Maligno y el Gria, construido con la esmeralda de su corona rota, se transformaría en el cristianizado cáliz de la última cena.

No resulta, por tanto, extraño que en uno de los manuscritos hallados en el Mar Muerto, titulado «La Guerra de los Hijos de la Luz contra los Hijos de las Tinieblas» se llamara al arcángel San Miguel (cuyo origen es acadio, por otra parte) con los apelativos de «Príncipe de la Luz» y «Virrey del Cielo», atributos que tenía antes Lucifer, según comenta Malcolm Godwin en su libro sobre los ángeles.
Por otra parte, la partícula «El» de Miguel significa «resplandeciente», «radiante» en sumerjo, acadio, babilonio, galés antiguo, irlandés antiguo, inglés y anglosajón. Miguel significa «el que es como Dios», nos dicen los exégetas bíblicos.
Y de la misma forma que San Miguel suplantó atributos de diversos dioses, desde Babilonia a España, en la Edad Media y por motivos político-religiosos, Santiago «Matamoros», San Jorge y San Millán se apropiaron de algunas de sus propiedades, puestas claramente de manifiesto incluso en la iconografía.

Polaridades psíquicas complementarias
¿Qué diferencia hay, para el inconsciente colectivo incluso, entre el «Matamoros» a caballo aplastando a los moros con su caballo blanco y matándolos con su espada y olvidando el mandamiento mosaico del «no matarás»; el caballero San Jorge matando al dragón a caballo con lanza o espada, cual Sigfrido germánico, y San Miguel Arcángel con la espada en alto dispuesto a rematar al Maligno?
Mientras uno es el bueno, el otro es el malo. No hay puntos intermedios. He ahí, pues, una proyección psicológica de la intransigencia religiosa y de la moral llevada a sus límites dualistas. He ahí, pues, el dualismo escenificado: el Bien y el Mal, la Luz y la Oscuridad, el Yin y el Yang… Estamos, por tanto ante el viejo mito dualista que recuperara Zaratustra, que retomara el maniqueísmo, bogomilismo y catarismo; herejía esta última que fue combatida a sangre y fuego en toda Europa por la Inquisición dominica; herejía contra la cual lucharon el obispo de Osma Diego de Acebes, el subprior y canónigo de la catedral del Burgo de Osma, Domingo de Guzmán, y otros canónicos oxomenses como Miguel de Ucero, sin ir más lejos. Dualismo que, por otra parte, rezuma en el Evangelio de San Juan y en el Apocalipsis.

Es la misma historia de siempre: achacamos al «otro» nuestros defectos, complejos y miserias, la «sombra» junguiana. El «otro» es el malo, el paria, el pecador, el que se equivoca, el que se merece estar por toda una eternidad en las calderas y fuego del infierno, es el hereje, es el apestado…

No nos damos cuenta de que todo está dentro de nosotros. No queremos concienciarnos de que en nosotros se halla potencialmente el asesino y el santo, el ladrón y el caritativo, el ángel y el demonio, Dios y el Demiurgo… Y no hay dos puntos extremos, sino un círculo de cualidades; no existe la bipolaridad exclusiva, sino también todos los tonos intermedios. Tenemos todas las cualidades implícitas dentro de nosotros y todos los dioses también, psicológicamente hablando.
Por todo ello, de todas las representaciones iconológicas que conozco en el mundo sobre San Miguel Arcángel y Lucifer (las dos caras de una misma moneda, no hay que olvidarlo), la que más me agrada es el lienzo existente en el museo catedralicio del Burgo de Osma. Pueden verlo ustedes en la fotografía anexa. El pintor refleja la «unión de los contrarios» en este cuadro alquimista (vean el sol y la luna sobre el pecho de Miguel). No hay espada, sino una palma que -emblema del martirio- parece entregar al bellísimo Lucifer (¿es una mujer?). Porta Miguel un zurrón de peregrino. No hay agresividad en su talante y ambos se miran amistosamente, casi amorosamente, diría. Hay armonía y belleza… Ambos parecen haber comprendido que son «Uno». El pintor estaba, pues, en el «Camino del Medio», el «Camino del Corazón», el que a mí, personalmente, más me fascina.
