Película de culto y, por tanto, «no-para-todos», es «La Fuente de la Vida» con dirección y guión de Darren Aronofsky. Una obra cinesófica en la que pueden deleitarse especialmente los amantes del simbolismo mitológico, de la Historia Comparada de las Religiones (sobre todo leyendo a Mircea Eliade o a Joseph Campbell), de la Psicología Analítica Junguiana y hasta del esoterismo. Pero, eso sí, para captar tales «profundidades arquetípicas» se requiere del espectador cierta cualificación, cuando menos de orden intelectivo, aunque claro está que cada espectador -en función de su «ecuación personal»- percibirá en el film lo que esté capacitado para ver y lo que el juego de maya surgido en las proyecciones inconscientes aporte en sí mismo.
Cuatro referencias
Nos resume Wikipedia que La Fuente de la Vida (título original en inglés The Fountain) «es una película estadounidense de 2006, de género ciencia ficción/Fantasía/Drama, dirigida por Darren Aronofsky, con Hugh Jackman y Rachel Weisz en los papeles principales. La fuente de la Vida profundiza en temas como el amor y la muerte mediante un rico lenguaje visual donde abundan las escenas poéticas que se combinan durante todo el filme con la banda sonora compuesta por Clint Mansell».
A su vez, Oscar B. ha escrito que la película no renuncia al misticismo de ‘Pi’, pero «se acerca a él desde una óptica más diáfana y sincera que la Cábala. Lo hace por medio de una experiencia por todos compartida: la muerte, con sus implicaciones metafísicas y la complejidad de asumirla como una fase inevitable dentro del ciclo de la vida. ‘La fuente de la vida’ ha sido definida como un “poema sobre la muerte”, y dicha definición no le es ajena. Utilizando una metáfora extraída de la propia película, podría decirse que es un árbol enraizado en dos ideas presentes en el guión: “la muerte como acto de creación” y “la muerte es el camino a lo reverencial”, ideas ambas tomadas de diferentes religiones, como la cristiana, la maya y la budista, con un denominador común: la palingenesia o metempsicosis, plasmado de forma brillante en el inframundo de los mayas: Xibalbá, el lugar al que van a parar las almas de los muertos para reencarnarse».
Leo, asimismo, que para Joan Ayllón Avia es «una notable película sobre la arrolladora influencia de la certidumbre de la muerte en nuestra vida, sobre la obsesión prometeica del ser humano por la ciencia, y sobre el amor puro, en definitiva, más allá del tiempo y el espacio. Estos poderosos conceptos sin duda son expuestos con brillantez y capacidad de fascinación, y logran dejar en un segundo término las discutibles soluciones estéticas que propone Aronofsky, soluciones que no constituyen, pese a su vistosidad, la principal razón de ser de la cinta, y que por lo tanto, aun adoptando una postura laudatoria hacia ellas, merecen ser consideradas como una parte de un todo mucho más complejo y sutil«.
Alejandro Jodorowsky, por su parte, frente al cine convencional, comercial y «realista», ha elogiado esta tercera película de Aronofsky, quien por cierto tomó algunas referencias de su film surrealista «La Montaña Sagrada» (1973) para algunas escenas de la selva. Y esto es lo que ha dicho Jodorowsky (minuto 1 del vídeo en youtube): «… Hay otra posición que es muy heroica, como la de Aronofsky, que se plantea temas espirituales profundos. Es emocionante que un joven, con una valentía total, deciden cuestionar el tema, que son casi indecibles: la búsqueda de la espiritualidad total, la búsqueda del ser esencial, el sacrificio del «yo». Lo primero que me dijo mi maestro zen fue: «Intelectual, aprende a morir». Es lo primero que me dijo. Romper el intelecto, romper el yo, hacer el sacrificio del amor humano para que el alma viva en la eternidad. Es una selección constante esta película [La fuente de la vida]: va buscando, va buscando como expresar algo que es inexpresable..».
Comentarios de Hugh Jackman
El actor Hugh Jackman encarna al protagonista y sus sosias (en el relato literario sobre un conquistador español del siglo XVI y en el del futurista monje zen en una nave esférica nagegando hacia la nebulosa Xibalba). Su interpretación es, para nosotros, la mejor de su carrera cinematográfica. Pues bien, el último día del rodaje, mientras le estaban pintando los supuestos tatuajes circulares en los brazos, comentaba a su compañera de reparto, Rachel Weisz, lo siguiente:
«Curiosamente cuando recibí el guión estaba leyendo a Joseph Campbell y me pareció el guión un mito moderno. Me sentí muy identificado con el miedo a la muerte y la idea de que hay que aceptar la muerte para vivir plenamente. Y la cita del Génesis que sale al principio que ya me había cuestionado y que siempre me había interesado, la idea de lal dualidad y de que nuestra vida en la Tierra es un alejamiento del Jardín del Edén.
Comieron el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, y Él los expulsó del Edén y ocultó el Árbol de la Vida. El árbol de la ciencia del bien y del mal es como vivimos nuestra vida diaria: está el tú/yo, actor/actriz, chico/chica, periodista/entrevistado, mi carrera va bien/mal, siento amor/falta de amor, estoy vivo/muerto… Todo eso impregna cada momento, y sustentando todo eso está la verdad, el Árbol de la Vida, la unidad, el Jardín del Edén: De hecho, no hay separación… Así que para mí la película trata de eso, de una desintegración del ego, es una entrega…»
Por tanto la película está escenificando el «Mito del Héroe» tan bien descrito por Jung en Símbolos de Transformación, cuya interpretación caló hondo en Joseph Campbell quien, a su vez, escribió El héroe de las mil caras; libro éste que, retomado-adaptado por Christopher Vogler sigue siendo básico para el mundo del cine: “El viaje del escritor: Las estructuras míticas para escritores, guionistas, dramaturgos y novelistas”. Curiosamente cabe reseñar que Aronofsky ha tenido en cuenta a C.Vogler para una película posterior, Black Swan, y seguramente en La Fuente de la Vida. De hecho, según confiesa Aronofsky, «El viajero escritor..:» es uno de sus cinco libros de cabecera y en una declaración dijo: «Enseño a veces, y siempre digo, que esta obra de Chris Vogler es el primer libro que todo el mundo [vinculado al cine] tiene que leer.» Asimismo Aronofsky ha reconocido que utiliza el esquema de 12 etapas de «El viaje del escritor» como «un conjunto de puntos de referencia para el diseño de sus historias».
¿Tres historias temporales o sólo una y en presente?
Parecen ser tres historias entrelazadas las que escenifica Aronofsky en tres tiempos distintos, con siglos de distancia entre unos y otros, pero esto es tan solo una ilusión puesto que, lo que hay que tener en cuenta siempre es que es Izzi, la amada esposa de Tommy, quien ha escrito un libro sobre esta particular epopeya del siglo XVI en torno a la búsqueda de una griálica Bebida de la Inmortalidad y de la Salud que rezuma como savia del Árbol de la Vida de los mayas; relato que concluye Tommy en un último capítulo proyectándose a sí mismo «imaginalmente» como singular astronauta budista, Tom, en un barco-nave sideral esférico por la nebulosa Xibalba y en el que se encuentra el Árbol de la Vida moribundo.
Ahora bien… sabemos que el guión lo ha escrito Darren Aronofsky, basándose en un argumento ideado por él mismo y Ari Handel. Y la dirección de la película es de Aronofsky. Así que realmente, y para simplificar, ante lo que estamos es ante unas meditaciones reflexivas de Aronofsky respecto a la vida, la muerte, el más allá, la creación del cosmos, el amor entre un hombre y una mujer, el desamparo en que queda uno de ellos cuando el otro fallece, etc… Mediante un ejercicio de «imaginación creativa», Aronofsky lo plasma recurriendo a mitos diversos y tres etapas históricas que corresponden a tres niveles de concienciación respecto a tales temas.
Trascendiendo el enamoramiento y la pérdida de la pareja
Izzi tiene un tumor maligno irreversible pero su marido -neurólogo o quizás oncólogo, pues no me ha quedado claro- confía en poder sanarla encontrando un remedio a tiempo mientras experimenta con unos monos, para lo cual incorpora en la cura principios activos de un árbol mágico de Guatemala. Un árbol que, en el libro que está escribiendo Izzi (Isabel), se transforma en Árbol de la Vida que el conquistador Tomás (una proyección literaria de su marido, el médico) ha de encontrar para llevar parte de su savia a su reina, Isabel, de la que está enamorado, para poder salvar así a España. Izzi fallece antes de aplicarle el remedio definitivo y su muerte trastorna a su marido hasta un desconsuelo que parece imposible de superar pues ella era «su vida». Un sentimiento similar, «mutatis mutandi», es el que le acontece al sujeto enamorado cuando su pareja le abandona y rompe abruptamente la relación.
Aprendí estando en la mili y merced a Jung («Psicología de la Transferencia»), que en el amor entre un hombre y una mujer se entrecruzan lazos emocionales y reacciones conscientes e inconscientes que afectan a la «totalidad» de la psique humana. El alma del hombre, venía a decir Jung, es el «enclave» idóneo para que el arquetipo del Eterno Femenino (que él denominó Anima) se proyecte sin que el ego-consciente del varón se dé cuenta de ello. Recíprocamente, el alma de la mujer es el caldo de cultivo ideal para ese Eterno Masculino (Animus). El enamoramiento estaría provocado -desde esta perspectiva psicológica- por la fascinación que ejerce la proyección del Anima y Ánimus en la pareja: se idealiza a la otra persona, quien por las características físicas y psíquicas propias que tenga, sirve como «cebo» de nuestro Anima o Ánimus.
Así que, en toda relación de pareja, hay «cuatro» relacionándose: los egos conscientes de él y ella, el Anima y el Animus, como refleja el cuadro junguiano de la imagen que vemos al lado y que forma parte del ejemplo alquimista entre el adepto y su esposa (soror) que Jung expuso en «Psicología de la transferencia».
Mientras esta transferencia inconsciente de sentimientos y pensamientos que irrumpen impulsivamente no se reconocen, toda relación amorosa corre el peligro de romperse casi de un día para otro. Además, en el proceso de maduración psíquica y, sobre todo en el de la autoconsciencia, tales proyecciones han de irse eliminando hasta quedar lo más «descargado» posible de todo ello.
El Anima y el Animus son dos arquetipos psicoideos (más allá de la psique individual) y activan núcleos emocionales cargados de energía psíquica que van, desde lo instintivo a lo espiritual. Hay cuatro etapas principales en la vivencia e integración del Anima, en un proceso escalonado que desde una perspectiva junguiana resume así Jolande Jacobi: “La figura de Eva es la mejor simbolización de la primera etapa, la cual representa relaciones puramente instintivas y biológicas. La segunda puede verse en la Elena de ‘Fausto’: ella personifica un nivel romántico y estético que, no obstante, aún está caracterizado por elementos sexuales. La tercera está representada, por ejemplo, en la Virgen María, una figura que eleva el amor (eros) a alturas de devoción espiritual. El cuarto tipo lo simboliza Sofía, cuya sabiduría trasciende incluso lo más santo y lo más puro».
La película de Aronofsky nos muestra, desde un análisis junguiano, la transformación de la imagen del Anima en el protagonista (en realidad, en la meditación en torno a la pareja por parte de Aronofsky que es el guionista y director: el autor primigenio, por tanto). Y al final de la trama vemos que, superado el desgarro de la muerte de Izzy, y merced a ese proceso de «imaginación activa» que realiza terminando su libro, y tras aceptar el arquetipo de la muerte, Izzi pasa a ser Sofía puesto que son sus palabras (como reina Isabel, como Izzi viva y como Izzi difunta) las que le inspiran y le reconducen hacia la «iluminación» final (el relato igualmente podría analizarse en términos alquimistas, desde la nigredo-albedo-rubedo) tras recibir el anillo que había perdido (símbolo de la coniunctio oppositorum). Un anillo que hasta entonces había sido carnalmente simbolizado mediante tatuajes circulares en el dedo y brazos del protagonista, todavía apegado a las dos primeras etapas del Anima.
Cosmogonía y escatología
La escena: Izzi y Tommy sentados en la terraza nevada de su piso ante un telescopio. Ella -como Anima iniciadora del alma a los «misterios numinosos»- comienza a adentrarle en la cosmogonía y la escatología (principio y final de «las cosas»). Aronofsky no duda -como hiciera con su versión del Génesis III, 24- en modificar el relato mítico (pues Xibalba es, en realidad, un mundo subterráneo): «Mirá allá arriba. Es una nebulosa que envuelve a una estrella moribunda, por eso parece dorada. Lo mayas la llamaban Xibalba. Era su inframundo. A ella se dirigían las almas para renacer. En un tiempo muy breve estallará y dará a luz a nuevas estrellas».
Y otro día, en la exposición museística maya, prosigue: «Este es el Libro Maya de la Verdad. Mira, ese es el Primer Padre, el primer ser humano. Se sacrificó para crear el mundo. Y ese es el Árbol de la Vida brotando de su vientre. Su cuerpo se convirtió en las raíces del Árbol. Estas se extendieron formando la Tierra. Su alma se convirtió en sus ramas, y éstas se alzaron para formar el cielo. Sólo quedó la cabeza del Primer Padre. Sus hijos la colgaron en el cielo, creando Xivalba. ¿Qué opinas sobre esa idea..? La muerte como un acto de creación…?».
Y posteriormente, tendida en la cama del hospital y poco antes de fallecer, ella concluye su enseñanza oral de este modo: «Recuerdas a Moisés Morales, el guía maya del que te estuve hablando. La última noche que estuve con él me habló de su padre que había muerto, pero Moisés se negaba a creerlo. Me dijo que si desenterraran el cadáver de su padre, no lo encontrarían. Plantaron una semilla sobre su tumba. Y ésta se hizo árbol. Moisés decía que su padre se había convertido en parte del árbol, adentrándose en su tronco, en sus brotes. Y cuando un gorrión comió del árbol, su padre echó a volar con los pájaros. Al morir, su padre había emprendido el camino
de la ‘sombra’. Así la llamó, el camino de la ‘sombra’. Verás, he intentado escribir el último capítulo pero no podía quitarme eso de la cabeza. No tengo ningún miedo [a morir], Tommy…» Así que es lógico que la película concluya con Tommy depositando junto a lal tumba de Izzi una baya-semilla del «Árbol de la Vida» que le aporta su Ánima tras la experiencia visionaria-iniciática en Xibalba que acace, por decirlo en términos de Henry Corbin, en el Mundo Imaginal.
Estos mitemas y referencias antropológicas, sumadas al del Árbol de la Vida del Génesis bíblico, entrelazados todos ellos con las peripecias externas-internas del mito del héroe, son los que estructuran esencialmente la película arquetípicamente, convirtiéndola así en un Gran Relato Arquetípico del Imaginario Audiovisual Contemporáneo.
El sacrificio de Púrusha como prototipo
Considero que el mito cosmogónico del sacrificio de Púrusha, el Padre Cosmogónico del Rig Veda X-90, es el referente mitológico escrito más antiguo sobre el mitema de la muerte sacrificial como fuente de la creación del Cosmos. El texto podría haberse escrito entre el 1400 y el 1100 a. C, pero proviene de una tradición oral difícil de fechar en su origen.
Púrusha es Todo, pero la parte manifestada es como un enorme gigante que es sacrificado por los devas (ángeles) y su cuerpo descuartizado se va transformando en los seres vivos y el Cosmos en sí mismo. Púrusha como Totalidad quiso manifestarse corporalmente como un gran gigante para ser sacrificado por sus «potencias anhelantes de existir», pues tal sacrificio crearía el Mundo. Otros mitos, más o menos parecidos, se encuentran dispersos en culturas y épocas distintas por todo el mundo, incluso el mitema sacrificial de Cristo en la cruz, desde un punto de vista arquetipológico, es una «adaptación» de este primigenio sacrificio cosmológico védico. El Anthropos Primigenio-Hombre Macrocósmico Perfecto permite ser sacrificado para que «las cosas y los seres existan», pero tales seres no pueden evitar portar en su «corazón» la «chispa divina» de la que provienen, llamada Atman en el hinduismo y Sí-Mismo por la Psicología Junguiana.
En el propio hinduismo existen otras variantes, como señala Guénon: «Es evidente que se trata de una descripción simbólica del paso de la unidad a la multiplicidad, sin el cual, efectivamente, no podría haber manifestación alguna; y ya puede advertirse que la ‘reunión de lo disperso’, o la reconstitución del Púrusha tal como era “antes del comienzo”, si cabe expresarse así, o sea en el estado de no-manifestación, no es otra cosa que el retorno a la unidad principial. Ese Púrusha es idéntico a Prajàpati, el “Señor de los seres producidos”, todos ellos surgidos de él y por consiguiente considerados en cierto sentido, como su ‘progenitura’; es también Viçvakarma, o sea el Gran Arquitecto del Universo, y, en cuanto tal, él mismo realiza el sacrificio del cual es la víctima; y, si se dice que es sacrificado por los Deva esto no constituye en realidad ninguna diferencia, pues los Deva no son en suma sino las “potencias” que porta en sí mismo».
Quizás haya sido Ananda Kentish Coomaraswamy quien más ha profundizado en este sacrificio cosmogónico primigenio de Púrusha, comentario del que se han hecho hecho René Guénon y Mircea Eliade. Es el primero de los sacrificios, prototipo de todos los demás, que se rememora incluso ritualmente en el hinduismo ante un altar en el que hay un poste. Y dice Coomaraswamay, tras selecionar diversos textos védicos sobre dicho ritual: «Juntos, estos pasajes bastan para mostrar que el poste sacrificial se consideraba como el Árbol de la Vida, el cuerpo de Prajapati, su tronco como el eje del universo, es decir, el soporte de todas las existencias, pues, ciertamente, el objeto mismo del sacrificio es «soportar la existencia; y eso que es el soporte de todas las existencias es también el lugar de su extinción, lugar en el que los soplos de la vida se devuelven a su fuente, «prâöú a prâöa», como los Vedas y las Upani·ads expresan lo que implica nuestro «polvo al polvo». A los brazos de la Cruz corresponde la cuerda del Poste sacrificial; y ambos corresponden a la «llanta» en el simbolismo de la Rueda del Mundo. Los detalles de estos simbolismos se examinan más plenamente en mi Elements of Buddhist Iconography».
Al respecto, René Guénon, indica: «Hemos dicho ya, en diversas ocasiones, que todo sacrificio ritual debe considerarse como una imagen de ese primer sacrificio cosmogónico; y, también, en todo sacrificio, según ha señalado A. K. Coomaraswamy, “la víctima, como lo muestran con evidencia los Bràhmana, es una representación del sacrificador, o, como lo expresan los textos, es el sacrificador mismo; de acuerdo con la ley universal según la cual la iniciación (dîkshâ) es una muerte y un renacimiento, es manifiesto que “el iniciado es la oblación” (Tattirîya-Sámhitâ, VI, 1, 4, 5), “la víctima es sustancialmente el sacrificador mismo” (Aitareya-Bràhmana, II, 11)».
Y asimismo, recalca: «Coomaraswamy dice que “lo esencial, en el sacrificio, es en primer lugar dividir, y en segundo lugar reunir”; comporta, pues, dos fases complementarias, de “desintegración” y “reintegración”, que constituyen el conjunto del proceso cósmico: el Púrusha, “siendo uno, se hace muchos, y siendo muchos, torna a ser uno”. La reconstitución del Púrusha se opera simbólicamente, en particular, en la construcción del altar védico, que comprende en sus diversas partes una representación de todos los mundos; y el sacrificio, para realizarse correctamente, exige una cooperación de todas las artes, lo que asimila al sacrificador al mismo Viçvakarma».
En la película de Aronofsky se parte ya de «lo disperso» (personajes principales interpretados por Jackman y Weisz, con sus deseos carnales, amor matrimonial, anhelos, miedos, angustias…) para encontrar la Paz, el Sosiego Interior, la Unificación de la Consciencia (sin perturbaciones mentales y somáticas). Ella, Izzi, lo consigue escribiendo el libro de la aventura griálica del conquistador del siglo XVI (menos el último capítulo, que se lo deja a su esposo) y lo ratifica poco antes de morir al relatarle a Tommy el ritual funerario y escatología tribal de Moisés Morales. Él, a su vez, lo logra escribiendo ese último capítulo en el que refleja como pasa de la «nigredo» a la albedo (el Ánima como Sofía) para alcanzar la «rubedo» con el sacrificio cosmogónico en Xibalba, y enterrando junto a la tumba de Izzi el fruto de un árbol que, en su imaginación creadora, corresponde ritualmente al del Árbol de la Vida.
La identificación con el Atmâ, con la Chispa Divina, con el Sí-Mismo, es la meta lograda en el Mundo Imaginal de Xibalba por Tom, que concluye su viaje chamánico-ascensional transformándose en un nuevo Púrusha autosacrificado. ¿El Tommy que vemos después enterrando la baya se ha convertido en un «Liberado en vida«, en una hipóstasis del Anthropos-Hombre Perfecto…? Supongo que ese es el ideal anhelado por Aronofsky como guionista-director de La Fuente de la Vida» para «coronar» este viaje heroico de su conscienciación sobre estos temas arquetípicos.
René Guénon nos da unas pistas sobre esa fase «post-humana» iniciática que considero interesante conocer para tener una visión mayor del simbolismo arquetípico que yo, cuando menos, alcanzo a vislumbrar en La Fuente de la Vida:
«El ser que ha realizado su identidad con Atmâ, y su «redescenso» en la manifestación, o lo que aparece como tal desde el punto de vista de ésta, no siendo efectivamente sino la plena universalización de esta misma identidad, no es entonces otro que «el Atmâ incorporado en los mundos», lo que significa que el «redescenso» no es en realidad, para él, diferente al proceso mismo de la manifestación universal. Ahora bien, precisamente, este proceso a menudo es descrito tradicionalmente como un «sacrificio»: en el símbolo védico, es el sacrificio del Mahâ-Purusha, es decir, del «Hombre universal», al cual, según lo que ya hemos dicho, el ser de que se trata es efectivamente idéntico; y no solamente este sacrificio primordial debe ser entendido en sentido estrictamente ritual, y no en una acepción más o menos vagamente «metafórica», sino que es esencialmente el prototipo mismo de todo rito sacrificial.
A propósito de esto, podemos incidentalmente hacer una indicación que no deja de tener importancia: la vida de ciertos seres, considerada según las apariencias individuales, presenta hechos que están en correspondencia con otros de orden cósmico y que son en cierto modo, desde el punto de vista exterior, una imagen o una reproducción de éstos; pero, desde el punto de vista interior, estar relación debe ser invertida, pues, siendo realmente estos seres el Mahâ-Purusha, son los hechos cósmicos los que verdaderamente están modelados sobre su vida o, para hablar con más exactitud, sobre aquello de lo cual esa vida es una expresión directa, mientras que los hechos cósmicos en sí mismos no son sino una expresión por reflejo. Añadiremos además que es esto lo que da realidad y hace válidos los ritos instituidos por los seres «misionados», mientras que un ser que no es más que un individuo humano jamás podrá, por su propia iniciativa, inventar sino «pseudo-ritos» desprovistos de toda eficacia real».
Mandalas de transformación interior
El camino iniciático por el que el ego se fusiona con el Atmân-Sí Mismo, es denominado en la Psicología Junguiana -«mutatis mutandi«- Proceso de Individuación, en el que las estructuras en forma de mandala son herramientas psíquico-simbólicas para que el sujeto avance en este camino de «autoconocimiento integral» de la totalidad de la psique. Y los mandalas aparecen por doquier en La fuente de la vida, no por casualidad claro está…
La imago-imagen primigenia del mandala fue una de las manifestaciones fenoménicas arquetípicas que más estudió Carl Gustav Jung, para quien el mandala se corresponde analógicamente con el centro de la «naturaleza microcósmica del alma«, constituyéndose así en «la expresión de todos los caminos« que conducen al centro, hacia la el Sí-Mismo que es la «meta de la evolución psíquica». Camino progresivo de concienciación que no es lineal, «sino tan sólo un girar, una circumbalación en torno al Sí-Mismo». Se plasma en figuras geométricas circulares y cuadrangulares, pero sobre todo, esféricas (de ahí que el barco-nave de Tom por la nebulosa Xibalba sea una esfera).
En el arte islámico las figuras mandálicas priman en todas sus expresiones, combinándolas con entrelazos o lacerías que, en su marco global, conforman auténticos mandalas. Aronofsky ha recurrido igualmente a esta geometría mandálica islámica en La fuente de la vida.
El anillo que le da la reina Isabel al conquistador Tomás es mandálico. «Lo llevaréis cuando encontreis el Edén. Y cuando regreséis seré vuestra Eva. Viviremos juntos eternamente», le promete a Tomás. Pero el anillo lo pierde Tommy en el laboratorio, y al conquistador Tomás se le cae al suelo cuando se dispone a beber la savia del Árbol de la Vida.
Así que Tommy lo representa en su dedo con un tatuaje y, en ese Mundo Imaginal de Xibalba, Tom, año tras año, se va añadiendo un círculo más a sus brazos como sustituto del anillo y como sacrificio por haberlo perdido. Finalmente, Isabel-Izzi como Anima-Sofía se lo entregará a Tom, lo que supone una «coniunctio oppositorum», una integración de todas las tonalidades del Anima en su consciencia, lo que le permitirá subir por el Árbol de la Vida en un viaje celeste ascensional que recuerda la experiencia extática de los chamanes (de hecho su brebaje, con el que traga el trocito del Árbol de la Vida semi seco con el que comulga, está compuesto de esencias de hongos alucinógenos).
Árbol de la Vida, bebida griálica y trascender a la muerte
El Árbol de la Vida es uno de los siete hierofanías y epifanías arquetípicas principales que adopta el Árbol como referente del Cosmos vivo en perpetua regeneración en la experiencia religiosa y numinosa de la Humanidad, según Mircea Eliade.
Este prestigioso historiador de religiones comparadas lo resumió en estos términos: «El árbol representa -ya sea de manera ritual y concreta, o mítica y cosmológica, o incluso puramente simbólica- al cosmos vivo que se regenera incesantemente. Como vida inagotable equivale a inmortalidad, el árbol-cosmos puede convertirse, en otro plano, en el árbol de la «vida sin muerte». Y como la vida inagotable traduce en la ontología arcaica la idea de realidad absoluta, el árbol se convierte allí en el símbolo de esa realidad como Centro del Mundo«. La recopilación de mitos y ritos sobre el árbol que Eliade nos da a conocer en su » (páginas 274-333) son concluyentes.
Por mi parte, el árbol ha ocupado muchas páginas en mi obra, destacando especialmente el capítulo “Antropología simbólica del mayo”, en San Leonardo de Yagüe. Historia y Cultura (Soria, 1996, pp. 279-282) y el libro «Guía espiritual y artística de San Baudelio» cuya columna y nervios simulan una palmera (Sotabur, Soria, ) que sirvió de imagen primordial en la conferencia que expuse en el II Simposio Internacional Ibn Arabi de Murcia en abril de 2013.
La película comienza con la mano de Izzi escribiendo a pluma el versículo del Génesis III,, 24 (algo modificado) donde se dice que Dios expulsó a Adán y Eva del Jardín del Edén y puso un ángel con espada de fuego protegiendo su acceso para que jamás probasen de sus frutos y se convirtieran en dioses inmortales.
En la película este Árbol de la Vida se encuentra en Nueva España (de hecho se llegó a escribir en muchos libros de la época que el Paraíso Terrenal había estado en las tierras descubiertas por Colón). Este Árbol de la Vida es, en sí mismo, fuente que sana y aporta la inmortalidad para quien «está preparado» y cumple los rituales correspondientes debidamente (lo que no lleva a cabo el conquistador Tomás). Su savia blanquecina es como el haoma persa y el soma hindú la bebida griálica de la eterna juventud que Tomás bebé sin conención tras hundir con saña su daga en el tronco del árbol, pasando por ello a convertirse en un Green-Man, un Hombre-Verde, o mejor dicho, en flores que brotan de su cuerpo (como del mutilado cuerpo del Purúsha surgieron los seres).
Ari Handel, oncólogo y amigo de Aronofsky, con quien ideó conjuntamente el argumento de la película originariamente, nos dice que «cuando empezamos a concebir la historia investigamos en la cultura maya. Indagamos también en la Biblia y encontramos que, en muchas narraciones, la Fuente de la Eterna Juventud está encarnada por algo vivo, algo orgánico o sustancioso«. Por su parte Mircea Eliade destaca que, en el caso del «árbol manantial de vida» estamos ante una imago arquetípica que «presupone que la fuente de vida se encuentra concentrada en este vegetal, y en consecuencia, pues, que la modalidad humana se encuentra allí en estgado virtual, en forma de gérmenes y de simientes».
La Fuente de la Inmortalidad o de la Eterna Juventud es un arquetipo que se ha plasmado, con sus variaciones, en muchos mitos y leyendas (el Grial es una de sus imagos literarias medievales más importantes). Incluso hubo un conquistador español, Ponce de León, que estuvo buscándola en Florida tras escuchar a los indios leyendas al respecto.
El referente mítico más antiguo que conozco acerca de la pérdida de un ser amado y cómo, el que queda con vida, inicia una búsqueda infatigable para encontrar una planta milagrosa que le devuelva la juventud, es la sumeria Epopeya de Gilgamesh.
La creencia de que las almas de los antepasados se fijan en determinados árboles está ampliamente documentada por la antropología y la Historia Comparada de las Religiones. Y que las ánimas de los fallecidos se transforman en aves o a las estrellas es algo más que sabido también por los historiadores de arte… Así que Aronofsky y Handel, con sus adaptaciones míticas en La fuente de la vida, no se han salido del marco arquetípico que las sustenta, circunstancia que ignoran gran parte de los espectadores que han visto la película, especialmente los más jóvenes ya que carecen del conocimiento necesario al no enseñarse tales mitemas en su vida estudiantil-universitaria y no leer sobre ello nada o apenas nada durante el tiempo libre. Pero Aronofsky y Handel sí lo sabían.
Por otra parte cabe destacar que este Árbol de la Vida de la película tiene unas connotaciones femeninas debido a las proyecciones psicológicas del autor del último capítulo del libro, Tommy en el filme. Es así como vemos planos seguidos en los que el pelo naciente del cuello de Izzi parece transformarse en los del tronco del Árbol de la Vida, o que la caricia de la mano de Tommy deslizándose por el talle de ella queda ligada en el montaje al siguiente plano en el que la mano de Tom acaricia el tronco del desfallecido Árbol de la Vida en la nave esférica. Y es que, no lo olvidemos, Eva -la primera mujer bíblica- es una palabra que significa «Vida», y que Izzi es para Tommy y Tom «la vida afectiva y amorosa» perdida y que anhela recuperar, como lo demuestran las palabras esperanzadoras que dice a la enferma Izzi y al moribundo árbol. Además, tanto el árbol como la vegetación tienen una funcionalidad matricial-femenina de primer orden, según ha demostrado Mircea Eliade.
Una honda tristeza, un dolor inmenso invade el alma de Tommy debido al tumor maligno que termina por matar a su amada Izzi. Ella tiene miedo a la muerte hasta poco antes de fallecer en que, tal temor, desaparece al creer en una metempsicosis, tal como esboza al hablar del pájaro-ánima de su guía maya. Tommy se rebela contra tal enfermedad mortal y trata de encontrar un remedio científico. Y sigue temiendo a la muerte hasta que, reconciliado con su Anima, en la que la reina Isabel e Izzi quedan transfiguradas y le entregan el anillo y las palabras que le aportan la Paz y la Iluminación, seguirá sintiendo pánico ante la muerte. Pero ésta, en definitiva, no es sino una desintegración-extinción de la consciencia como «fulanito de tal», esto es, la muerte del «ego». Las diversas sendas iniciáticas tienen como objetivo aniquilar tal ego estando el sujeto vivo, es el «morir en vida». Y ello le acaece finalmente a Tommy, como autor del último capítulo, en la parte final del libro y de la película, simbolizado por ese ascenso chamánico por el Árbol de la Vida y su sacrificio cosmogónico alumbrando-generando nuevos mundos en la renaciente Xibalba. El ego, como decíamos anteriormente, tiene que aceptar su contingencia, que no es nada sin el sustento del Sí-Mismo, y ha de dejarse mecer por tal Atmân.
Y vale…
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Pedazo de artículo, bravo.