Evocaciones sufíes en la inscripción al baqa’ lillah en Atienza (2)

2.- Del Cálamo celeste a la caligrafía árabe

Para el musulmán Allah (Dios, Al-lâh) es la Única Realidad, todo lo demás es contingente, efímero, cambiante y no eterno. “La concepción básica derivada de su creencia fundamental es el monoteísmo, es decir, la consideración de que sólo existe una Realidad Creadora a la que el hombre debe adoración. Esta tradición ha sido considerada como unitaria. De la existencia de esa Realidad Única se desprende que las manifestaciones de su poder creador, que percibimos como un mundo de multiplicidad y de formas, no son reales en un sentido absoluto, sino mudables, contingentes y abocadas a la desaparición”, destaca Hashim Ibrahim Cabrera (1).

“Allah no perdona que se Le asocie”, o sea, que se tengan otros ídolos. Él es el único Creador y de ahí que el artesano-artista musulmán se sienta, no creador, sino herramienta del Creador, por lo que rehúye el naturalismo figurativo en lo que respecta a la representación de Dios y, cuando menos en el sunnismo, también de los Profetas. Tiende, por tanto, a la abstracción en coherencia con la revelación coránica que es de donde toma los “signos” de su simbolismo. Como bien señala E. Díez, el arte islámico “es el arte de la sumisión a Allah” al ser fiel a su basamento metafísico (2).

El arte islámico tiene la capacidad de reactivar el Recuerdo –Dikr– de Dios “y facilitar al ser humano el contacto con su centro profundo, el corazón”, reseña Cabrera. Y si esto acaece en sus formas figurativas, lo mismo cabe decir, incluso en mayor grado, con la utilización de la palabra escrita con su «toque artístico caligráfico» a partir de textos del Corán o de los hadices, fundamentalmente.

Como destaca Titus Burckhardt (La civilización hispano-árabe), la cultura islamo‑arábiga «es ante todo lingüística, y esto en primer lugar porque el Corán en su texto árabe es considerado palabra de Allah». El mensaje divino se transmite ante todo con la escritura en caracteres cúficos o nasjís (la inscripción de Atienza es cúfica).

Ahora bien, el árabe es considerada como «lengua sagrada» con una gran polisemia simbólica en su plasmación escrita. Así, por ejemplo, el sexto imam shií Ya‘far as-Sâdiq, revelaba: «El Libro de Al-lâh) contiene cuatro cosas: la expresión explícita (‘ibâra), la alusión (ishâra), el sentido escondido, referido a los mundos suprasensibles (latâ’if), y las verdades espirituales (haqâ’iq). La expresión literal es para la gente común (‘awâmm); la alusión es para la élite (jawâss); el sentido escondido es para los amigos de Dios (auliyâ’); y las verdades espirituales son para los profetas (anbiyâ’).”

 Adentrarse en el sentido simbólico de la palabra y escritura árabe es una labor propia de la «percepción esotérica», del  ta’wîl,  que «tal y como lo usan los sufíes y los sabios shiíes, consiste en adentrarse en el sentido simbólico (y no alegórico) del texto, que no consiste en una interpretación humana sino en dar con un sentido predispuesto por Dios y colocado dentro del Texto Sagrado, a través del cual el hombre mismo queda transformado. El símbolo tiene una realidad ontológica que permanece por encima de cualquier construcción mental. El hombre no construye símbolos. Es transformado por ellos. Y así el Corán, con los mundos de sentido que se esconden en cada una de sus frases, transforma y reconstruye el alma del hombre», manifiesta Seyyed Hussein Nasr (3).

3.- Adentrándonos en el mensaje espiritual de al-baqa’ lillah

 Como indicaba en el post anterior, debajo de la leyenda latina de la portada norte de la iglesia de Santa María del Rey -que testimonia la conversión cristiana de la cristina en 1112 reinando Alfonso I el Batallador-, se encuentra una inscripción cúfica repetitiva, esto es, que el texto se repite en sus dovelas – al-baqa’ lillah- que se ha venido traduciendo como «La permanencia es de Dios», «La eternidad es de Dios», «La subsistencia es de Dios». 

Puerta del Batallador en Atienza con sus dos inscripciones

Todo es efímero y contingente en el Cosmos. Sólo Él, Al-Lâh Es la Única Realidad, que es ajena a toda limitación por hallarse fuera del espacio y del tiempo así como de cualquier cómputo o clasificación, por eso el Corán manifiesta en sus aleyas que «Adondequiera que os volváis, allí está la Faz de Al-lâh», «Todo perece salvo su Faz» y «Todo lo que está aquí se extingue, y sólo subsiste la Faz de tu Señor en Su Majestad y Generosidad».

Si leemos la tesis doctoral del mayor conocedor académico del maestro sufi andalusí Ibn al Arabi (1165-1240), encontramos que el atributo divino asignado en la jaculatoria cúfica atencina proviene de uno de los 99 más Bellos Nombres de Dios, Al-Bâqî, que Pablo Beneito traduce como «El Subsistente, el Perdurable, el Eterno, el Permanente, el Constante».  Nombre, del que Ibn Arabi estima que tenemos necesidad «para que te incluya entre aquellos cuyos estados se mantienen permanentemente en aquellas cosas que son causa de la felicidad y de inmunidad a toda adversidad» (4).

En el argot «técnico» del esoterismo islámico, hay dos términos iniciáticos que podemos enlazar con la inscripción atencina, que como vimos en el artículo anterior se encuentra en otros enclaves andalusíes y fuera de España, que en su transcripción árabiga-francesa es al-fanâ y al-baqâ’.

Transcribo a Titus Titus Burkhardt (5): «Al-fanâ: la extinción, la evanescencia; designa en Sufismo la extinción de los límites individuales en el estado de la Unión con Dios». Un grado iniciático superior es el que expresa el concepto sufi  `al-baqâ´, ‘la subsistencia’.  El estado espiritual de baqâ’, al que aspiran los contemplativos sufíes y cuyo nombre «Significa la ‘subsistencia’ pura fuera de cualquier forma, es igual que el estado de ‘moksha’ o la ‘liberación’ del que hablan las doctrinas hindúes, lo mismo que la ‘extinción’ (al-fanâ’) de la individualidad, que precede a la ‘subsistencia’, es análoga al nirvana…»

El primer maestro sufi que utilizó ambos términos -aniquilación del alma en Al-lâh‘ (fana’ fi Al-lâh) y la ‘subsistencia en Al-lâh‘ (baqa’ bi Al-lâh)-, parece ser que fue Abu Yazid al Bistami (fallecido hacia el 877). Cabe reseñar también al maestro sufi andalusí Abu Madyam, nacido cuatro años después de la inscripción latina del Batallador en la citada iglesia de Atienza, situada encima de la cúfica. Muchos aforismos se conocen de Abu Madyan al respecto (6).

Ramón Barragán Reina considera que para Abu Madyam «el sufi o faquir es el que se vacía de todo afecto por él mismo, es decir, muere a él (faná: aniquilamiento o muerte del ego), siguiendo lo que dijo el Profeta (‘Desapégate del mundo, y ama a Dios’), para renacer o resucitar en Él (baqá: permanencia en Dios)..». El sufi es ‘arif, conocedor, el que «Le escucha y transmite lo que oye de Él» pues «quien le conoce camina en Él«, pasando a ser maestro, guía de otros. Como «fulanito de tal» está aniquilado y «nada, excepto Dios, permanece en él». Así mismo Barragán Reina considera que el propio Abu Madyan hablaba de ello por experiencia propia: «realizó con su vida y con sus actos una plena afirmación de Dios, que es tanto como la total negación del yo (del ego), o sea, murió a sí mismo para, a continuación, vivir plenamente y con libertad desde Dios para los demás, que es la subsistencia o permanencia en Dios (baqá)». Así mismo indica que para Ibn al-Yunaid (muerto en 910), «el sufismo es que Dios te haga morir a ti mismo y te resucite en Él» (7).

Al-baqa’ lillah en Atienza

4.- Al Yili y Al Jami

En consonancia, Abdal-Karim al-Yili, reflexionando sobre la aleya coránica «Adonde quiera que os volvaís, allí esta la Faz de DIos», señala que quien llega a instalarse en esta «morada» (manzar) «reconoce en todas las criaturas la Unidad de la divina Realidad. En este estado, los ángeles de las realidades esenciales le inspiran las diversas ciencias de la Unidad y no dejan de guiarle hacia la divina Verdad (al -Haqq) hasta que asciende por encima de ellas, de sí mismo y de sus ciencias, aniquiándose con respecto a todo ello, y luego con respecto a la aniquilación misma, tras lo cual subsiste en la divina subsistencia. Y si llega a tornarse subsistente en Dios, entonces aspira la fragancia de la Majestrad y avanza desde el estado d la contemplación de la Belleza hacia la teofanía de la Majestad», resume Beneito (8).

Igualmente me ha servido para contextualizar esotéricamente la inscripción cúfica de Atienza el libro Los hálitos de la intimidad de Abd ar-Rahman al-Jami, traducido y comentado por Jordi Quingles (9).  Al-Jami considera el estado de la subsistencia el de mayor logro iniciático, al que llegan los que «retornan» en vida como maestros: «Entre los que han llegado al objetivo (ahl al-wusûl), después de los profetas (anbiyâ), se cuentan dos órdenes de personas. Están primero los shaykhs de los sufíes, que siguiendo perfectamente las huellas del Profeta han alcanzado el objetivo [supremo], y que, después de esto, a su vuelta, han recibido la orden y la autorización de llamar a los hombres a la vía de su ejemplo: son los perfectos encargados de perfeccionar (kâmilun mukammil), hombres a quienes el favor (fadl) y la providencia (‘inâyah) divinos, después que han sido absorbidos en la fuente (‘ayn) de la concentración unitiva (jam’) y en el abismo de la realización de la Unidad divina, han juzgado dignos de escapar del vientre del pez de la extinción (fanâ’) para ser arrojados a la playa de la separación (tafriqah) y en la arena (maydân) de la subsistencia (baqâ’), para que sirvan de guías a los hombres y les muestren la vía de la salvación (khalâs) y de los grados [de la vida espiritual]. En segundo lugar, están aquellos que, una vez llegados al grado de la perfección, no han recibido el encargo de perfeccionar a los demás y de volver a los hombres, sino que permanecen sumergidos en el océano de la conciencia unitiva (al-jam’), y tan extinguidos y perdidos en el vientre del pez de la extinción, que ningún recuerdo, ningún rastro suyo llega a la playa de la separación y a la región de la subsistencia…».

Así que, la rústica, sencilla, humilde inscripción cúfica situada hoy día en lo que he denominado Puerta del Batallador, en la pared norte de la iglesia de Santa María del Rey en Atienza… es susceptible de ser interpretada bajo estas consideraciones sufíes que he entresacado y transcrito.

NOTAS

1.- Cabrera, Hashim Ibrahin: Islam y arte contemporáneo, Junta Islámica. Centro de Documentación y Publicaciones Islámicas, Córdoba, 1994

2.- E. Díez, “A stylistic Analysis of Islamic Art”, Ars Islamica, V, 1938, pág. 36.

3.- Seyyed Hussein Nasr : «El Corán: Palabra de Al-lâh, fuente de conocimiento y de acción», leído en WebIslam.

4.- Pablo José Beneito Arias: «Los nombres de dios en la obra de Muhyi-l-din ibn Al-Arabi», Universidad Complutense de Madrid (1997), p. 302.

5.- Titus Burkhard: Introducción a las doctrinas esotéricas del Islam, Taurus, 1980.

6.- Abū Madyan, Šu‛ayb b. al-Husayn al-Ansari fue un sufí de origen andalusí nacido en Cantillana, provincia de Sevilla en torno a 1116 y fallecido en Tlemecén, Argelia, en 1193. En gran medida la difusión de su doctrina se debe a Ibn al Arabi (m. 1240).

7.- Ramón Barragán Reina: Abu Madyan, el Amigo de DIos: un maestro de maestreos, Bubock Puclishing, 2009, pp. 46, 154, 180.

8.- Pablo José Beneito Arias, opus. cit, p. 143.

9.- Abd Ar-Rahmân Al-Jâmî: Los halitos de la intimidad, José J. de Olañeta Editor, 1987. Traducción de Jordi Quingles.

al-baqa’-lillah-en.Puerta del Batallador en Santa María del Rey de Atienza
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