Jaime II de Aragón y, de las reliquias, el Santo Grial

Transcribo de la monografía de José Hinojosa Montalvo (“Jaime II y el esplendor de la Corona de Aragón”, ed. Nerea, 2006):   “Jaime II participó como un fiel más de su época en intenso culto a las reliquias que por entonces se desarrollaba en la cristiandad, buscando la protección de los santos y el aumento de su prestigio y poder, citándose entre otras: la Vera Cruz, el cuerpo de santa Tecla, la lengua de santa Magdalena, un brazo de san Simón y restos de san Bartolomé, santa Cecilia, san Hipólito, san Narciso, san Atanasio y san Blas, y tantas otras”. Así mismo indica Hinojosa Montalvo que, por parte de Jaime II, “abundan también las donaciones de joyas y reliquias a particulares –incluidos sus familiares- y a los principales centros religiosos de sus Estados… Estas donaciones a monasterios se incrementaron a partir de 1318, en la última fase vital del monarca, e incluían también libros”.

De hombre piadoso le califica Hinojosa Montalvo. Nos dice que “tuvo muy arraigada la devoción mariana” y que “a través de los inventarios y de las ofrendas hechas por el Rey podemos conocer sus devociones a los santos, entre los que figuran de manera muy especial San Juan Evangelista, al que la reina doña Blanca era muy devota… Otros santos de la devoción regia fueron san Nicolás, obispo de Mira, san Blas, santa Cecilia, san Narciso –obispo de Augsburgo y de Gerona-, aunque sin duda, fue San Francisco, el santo preferido de nuestro monarca”.

Reliquias en monasterio de Santes Creus

Un pequeño inciso: esta serie de artículos en cuyo epicentro se encuentra Jaime II de Aragón tienen como fuente motivacional nuestra visita al monasterio de Santes Creus, que tanto apreció y donde está enterrado, por lo que cabe incorporar aquí un listado de las reliquias que custodiaba.

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En Santes Creus había un Ligmun Crucis que se describe así en Monasterio de Santas Creus (Ramón Salas Ricomá, 1894): «Una hermosísima cruz de grandes dimensiones, decorada de piedras preciosas, con las armas de los Reyes de Aragón en una cara, y en la opuesta las de Moncada; que contenía en su centro otra cruz de relieve, que tras un cristal que servía de concha, guardaba pedazos de Lignum crucis, formando la cruz que el Monasterio tiene por escudo». Así mismo «dos ricos comafeos, uno de figura humana y otro de caballo, formando un relicario que tenía depositado un pedazo de Lignum crucis». No sería de extrañar que esa «hermosísima cruz» con las armas de los reyes de Aragón y de Moncada pudiera haberla donado el mismísimo Jaime II tras su último matrimonio con Elisenda de Moncada.

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Psicología y baraka de las reliquias

Sobre el culto medieval cristiano a las reliquias se ha escrito mucho y se seguirá escribiendo millones de letras. En una época en la que la Medicina desconocía los antibióticos, las epidemias causaban estragos y se recurría a los  textos de Hipócrates, Galileo y Avicena, no es de extrañar que el culto a las reliquias de los santos  se vinculase íntimamente al poder mágico de sanación de todo tipo de dolores (así como del alma en esta vida y de salvación post-mortem).  Tocar reliquias, besarlas o tan sólo poder verlas y rezar ante ellas con fe firme en la intermediación del santo ante la divinidad para que sanase el rogante, era no sólo un acto religioso sino vital puesto que la salud y, en muchos casos, la propia vida, es la que estaba en juego. Eran algo más que talismanes.

El psiquismo humano está modelado de tal manera –quizás de forma innata, o tal vez sólo debido a la educación y hábitos cotidianos- que parece necesitar “materializar” las intuiciones o creencias de “ámbito sutil-espiritual”.  No acepta fácilmente la “vía negativa” sino la “positiva”, la que otorga atributos conceptuales y sensitivos a “lo sutil”, siendo las reliquias una de sus manifestaciones más macabras.

Ahora bien, también hay una conceptualización iniciática, esotérica, respecto a las reliquias que, en lo que a mí respecta, capté  leyendo algunos aspectos biográficos de Ibn al Arabi, el gran maestro de maestros esotéricos islámicos.  Este gran sufí andalusí que, muy joven, abandonó Al Andalus para encaminarse a La Meca y permanecer el resto de su vida en Oriente Medio (está enterrado en Damasco), acostumbraba acudir a los cementerios y rezar e incluso dormir junto a las tumbas de otros maestros espirituales sufíes.

En la espiritualidad esotérica musulmana hay una palabra que, entre otras cosas, viene a expresar la cadena iniciática  (“silsila”) que se transmite de maestro a discípulo mediante la “emanación de una gracia espiritual” (“influencia espiritual” la llama René Guénon). Esa palabra la transcribimos del árabe así: “Baraka”.  Y a nivel popular es sinónimo de “bendición”, “suerte”, “buena fortuna”.

 Santo Grial y literatura griálica con Jaime II y sucesores

Y de todas las reliquias cristianas la que más leyendas y libros ha generado ha sido el Santo Grial que, en su configuración más difundida, era el cáliz que Jesús tenía en su Última Cena y que recogió la sangre de Cristo en la Cruz. A este respecto recomiendo la lectura de uno de los capítulos que escribí para la enciclopedia  “Codex Templi” (ed. Aguilar, 2005), el capítulo XVI que titulé “Los templarios y la búsqueda del Santo Grial” (pp. 483-508) que comenzaba así: “Las cruzadas (1095-1291) reavivaron en Europa la propagación y el culto a las reliquias. Las reliquias sagradas más apreciadas fueron aquellas que supuestamente estuvieron en contacto directo con Jesucristo”.

libros-sobre-el-Grial

Y vuelvo al libro de José Hinojosa Montalvo (“Jaime II y el esplendor de la Corona de Aragón”):   “En su papel de abanderado de la Iglesia [estaba orgulloso de ostentar el título de gonfaloniero, almirante y capitán general de la Santa Iglesia de Roma] se preocupó por los Santos Lugares, bajo dominio de los turcos, dignificando el servicio religioso en la basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén, rescatando cautivos y solicitando al sultán de Babilonia el envío de reliquias, alguna de ellas tan interesante como el Santo Grial, lo que indica que por entonces no se conocía en la península la tradición que da como auténtico el cáliz que se conservaba en San Juan de la Peña”.

Jaime II de Aragón falleció en Barcelona el 2 de noviembre de 1327, y según indicaba en mi ensayo de «Codex Templi«, según Joan Ramón Resina, el llamado “Santo Grial de Valencia” (al que hace referencia José Hinojosa) no aparece documentado hasta 1399. “Y no deja de ser sospechoso –dice Resina- que, en septiembre de 1322, fecha en que se supone que estaba en San Juan de la Peña, el rey de Aragón, Jaime II, desconociera la reliquia”.  En efecto, fue en esa fecha cuando, según el Archivo de la Corona de Aragón, Jaime II mandó una embajada al sultán turco Abilfat Mahomet para pedirle “lo calze en que Jhesu Christ consegrà lo dia de la Cena”.

Prosigamos con Jaime II  y el Grial cristiano.

Pasee por el monasterio cisterciense de Santes Creus (Tarragona) hace unas semanas por vez primera y  en su iglesia me topé con  el mausoleo conjunto de Jaime II y la que, al parecer, fue su esposa preferida, Blanca de Anjou, la que le aportó diez hijos e hijas siendo atendida en diversos partos por el médico-alquimista Arnau de Vilanova. En el sepulcro, terminado en 1315 y que quizás fue diseñado por Bertrán de Riquer (maestro de la obra del Palacio Real barcelonés), acogió los restos de la reina Blanca el 12 de enero de 1316, “en presencia de Jaime II, la reina María de Lusignan y un numeroso séquito”, según recoge Hinojosa Montalvo. Blanca de Anjou (1283-1310) era hija de Carlos de Anjou (hermano de Luis IX de Fancia) y María de Hungría, reyes de Nápoles. Pues bien, la Casa de Anjou, de la que surgieron los primeros reyes cristianos de Jerusalén, era considerada como la guardiana del Grial en algunos relatos medievales del ciclo griálico-artúrico, ciclo iniciado con “Li contes del Graal” escrito por Chrétien de Troyes entre 1178 y 1181.  Destacaré, ante todo, que Parzifal, en la obra de Wolfram von Eschembach (c.1207), desciende precisamente de la Casa de Anjou por la estirpe paterna.

Dice Julius Évola: “A una súbita popularidad de los romances y de los poemas del Grail, sucede un olvido igualmente singular. En los primeros años del siglo XIII, como obedeciendo a una consigna, en Europa se deja de escribir sobre el Grial. Tiene lugar una renovación tras un sensible intervalo, en los siglos XIV y XV, con formas ya cambiadas, a menudo estereotipadas, que entran en una rápida decadencia..”.

Ahora bien, lo que Évola no ha tenido en cuenta es que la «el tiempo existencial», la vida, o duración que tiene un libro… va más allá de sus manuscritos y/o publicación. Documentado está que la literatura con la «materia de Bretaña» (artúrico-griálica) llega al reino de Aragón con mayor fluidez que al resto de la península ibérica, lo cual no es de extrañar si tenemos en cuenta que buena parte del sur de Francia formaba parte del reino aragonés.  Y, en lo que respecta al reinado de Jaime II está documentado que éste donó el 7 de mayo de 1315 al infante Pedro (futuro Pedro III) un «Roman de Tristany» y que, proveniente de la llamada «Vulgata griálica», Jaime II regaló el 6 de agosto de 1319 un «Libere de Lançalot» al infante Ramon Berenguer y otro «Lansalot» al infante Pedro el 10 de diciembre de 1321.

En opinión de Stefano Maria Cingolani el único manuscrito artúrico-griálico que se conserva de una versión francesa leído en Cataluña es un fragmento de Puigcerdà datado en el siglo XIV de proveniencia angevino-napolitana, por lo que «considerando que Jaime II se había casado con Blanca de Anjou en 1295, no es mucho aventurado suponer que con Blanca (o con alguien de su cortejo), entra el «Lançalot» en Cataluña».

No obstante será el reinado de Pedro IV de Aragón (1336-1387) «el período en el que se advierte documentalmente un mayor interés por la ficción artúrica con la promoción, desde la Corte, de las primeras traducciones al catalán. El Ceremonioso fue uno de los monarcas que más se preocupó por todos los campos de la cultura y del saber a lo largo de su dilatado reinado ejerciendo un gran mecenazgo. Inquieto bibliófilo, voraz lector y buen conocedor de la literatura francesa, mediante los registros de su cancillería vemos cómo el monarca mostró un interés especial por algunas ramas de la ‘Vulgata artúrica’ y del ‘Lancelot’ en particular», señala Lourdes Soriano Robles.

Documentado está que Pedro IV), el 19 de noviembre de 1342, devuelve al monasterio de Sijena un «Livro del Sant Graal» que había robado Jaume Palma. Y que Pedro IV paga un «Lancelot» en 1339, otro en 1346 y, en 1362 (17 de febrero),  pide que se le envíe desde Barcelona a Valencia un «Lançalot» escrito en catalán (la primera traducción catalana documentada del «Lancelot» en prosa) que había leído el infante Juan, quien a su vez manda encuadernar un «Lançalot» en 1374 y toma prestado del vizconde de Roda un  «Lançalot» en francés en 1389. Según Stefano María Cingolani Pedro IV, entre los años 1330-40, no parece interesado en textos traducidos puesto que compra libros en francés, como acontece con una «Taula rotunda» en julio de 1349, «i no és casualitat que la còpia en català la tingués Joan, perquè crec que és a l´obra, directa i indirecta, de Joan que es poden atribuir totes les traduccions de romans». Por último destacaremos que la primera versión catalana conocida hoy día de la «Queste del Saint Graal», titulada «Storia del Sant Grasal «,es un manuscrito fechado el 16 de mayo de 1380 que se encuentra en la Biblioteca Ambrosiana de Milán.

Escrito en Tajueco, 31 de julio, y Soria el 2 de agosto de 2016

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