Obra de madurez
Así lo digo y así lo siento: «El fuego invisible» es una obra que nos muestra la madurez de Javier Sierra como persona y como escritor.
Cierto es que quizás la premura por entregar el libro a tiempo para presentarse para el Premio Planeta sea la causa de que el final del thriller sea -así lo creo yo- precipitado a partir de la página 418 ya que cabía seguir avanzando en esa vía iniciática en la que se embarcan los miembros de ese club literario de «La montaña artificial» y no resolverla como lo ha llevado a cabo en las páginas 452-455. Al sentirse acuciado por la presentación del texto para el Planeta queda algo desdibujada igualmente el conflicto externo e interno con «el Otro», un «topos» literario pero también un nódulo psicoideo arquetípico «sombrío-daimónico» (que diría Jung) que Sierra aborda «literariamente» recurriendo a su fantasmal presencia en diversas obras de la literatura universal y sin recurrir a «los hombres negros» que Jácques Bergier expusiera en su ensayo monográfico que todo ufólogo conoce (y entre ellos, evidentemente, Javier Sierra). A este respecto cabe reseñar que René Guénon, uno de las mayores autoridades en esoterismo durante el s. XX, afirmaba haber sido objeto de «ataques psíquicos corporizados»; lo testimonia igualmente Jean Reyor: «En cierta época había sido víctima de ataques ‘materializados’ bajo forma de animales negros y especialmente de un oso negro del que llevaba en el cuello la huella de un mordisco».
Lo sombrío psicoideo de «lo Otro» es una «fuerza» que trata de anular «el fuego invisible» y a quienes lo buscan o vivencian. Y lo dice en serio puesto que asevera Sierra al término del libro que «las alusiones al ‘fuego’ y a sus ‘enemigos’ tampoco son una mera fantasía del autor». Es más, en el penúltimo párrafo de la novela confiesa el protagonista, David Salas (o sea, Javier Sierra), que el relato de su «demanda griálica y del fuego invisible» lo escribe por dos motivos, siendo uno de ellos el de advertir a sus lectores de tal «presencia sombría» que a modo de «devoradora de ideas creativas» llevan secularmente planificando el «ensombrecimiento del alma humana».
Que Javier Sierra haya incluido como antagonista de los escritores a este «Otro» esotérica y exotéricamente es prueba de madurez, como lo es su insistencia en desmaterializar la concepción que se tiene popularmente del Grial mientras que ha optado por abogar por su numinosidad como símbolo que impulsa «a volar al alma contemplativa» al éxtasis en estados trascendentes suprahumanos, aunque en ocasiones se precise que tal «contemplación» acontezca en «lugares de poder» o ante expresiones artísticas (pinturas románicas de Tahüll y similares catalanas), crismones oscenses de Jaca y Santa María de la Serós, capiteles románicos, diagramas, mandalas….

A ello se suma que, en otro evidente signo de madurez psicológica y literaria, este libro es una reflexión e indagación sobre las fuentes «psíquicas, imaginales y espirituales» de la inspiración artística y, por ende, de la literaria, siendo uno de sus referentes literarios «La Lámpara maravillosa» de Ramón Valle Inclán, a la que pertenecen los dos dibujos que acompañan este post.
Igualmente me ha complacido mucho el empleo de la primera persona a lo largo del libro por parte de Javier Sierra y la inclusión de emails que aportan otro punto de vista no subjetivo, combinación literaria que justamente comencé a aplicar hace un par de años en los primeros capítulos que escribí de una novela que está esperando que la retome (debe ser una combinación textual que «flota» en el éter literario como fórmula expresiva que atrae a algunos escritores).