En el esoterismo akbariano -el emanado de la obra del gran maestro sufi Ibn al Arabi, murciano de nacimiento-, tiene una especial relevancia el llamado lenguaje de las alusiones, como suele ser común en el esoterismo islámico. Pablo Beneito, que tiene una obra akbariana con tal nombre, aclara que ha traducido el término islámico «isara» como alusión esotérica, expresión simbólica, sentencia alusiva, entre otras variantes. Igualmente advierte que la potencial pluralidad de significados conlleva diversos grados de comprensión que dependen de la receptividad y predisposición del lector o interlocutor.
Lenguaje alusivo es, por tanto, el que vela sentidos esotéricos implícitos en la letra exotérica, literal. Y lenguaje alusivo es el que impregna la obra de Louis Cattiaux, como ya demostrara en mi anterior artículo (Matiz védico en MOIOM de Louis Cattiaux); hermenéutica esotérica que prosigo en este post motivado, como el anterior, por la lectura del libro “El símbolo renovado. A propósito de la obra de Louis Cattiaux” (Ed. Herder, 2013) escrito por Raimon Arola.
Cattiaux se sentía inspirado por el Espíritu o Divinidad cuando escribía, a lo largo de 14 años, El mensaje reencontrado. Y tal inspiración era tan intensa que, en cierto momento, no duda en que su mente y mano han sido guiadas y, por tanto, no son las hacedoras de este libro, al menos en «las cualidades y las bondades de la obra» («Les qualités et les beautés de l’ouvrage doivent être attribuées à notre lumière substantielle et à notre inspiration essentielle qui appartiennent à Dieu»).
Y en un pasaje nos revela Cattiaux a quien le asigna la autoría, pero leámoslo en su lengua original, el francés, porque si no es así no captaremos «la alusión»:
«Qui a écrit le Livre véritablement ? Le même LVI / Et qui le lit en vérité ? Le même LVI» (aclaremos primero que el pronombre de tercera persona Él, es Lui en francés, pero Cattiaux escribe LVI, en mayúsculas). ¿Quién ha escrito el Libro verdaderamente? El mismo. Él / ¿Y quién lo lee en verdad? El mismo. Él.
Si a mi hija adolescente le pregunto que representa la palabra LVI inmediatamente me dirá: «Significa 56 en números romanos». Ciertamente. Y en numerología esotérica 5+6=11. Y el nº 11 está formado por dos unos, y suman dos, que, retornando al mundo romano, es II. Es curioso, por cierto, que Dante también «aludiera» al 11, 5 y 6. Respecto a estos dos últimos números, que hace surgir de la Unidad Principial escribe: «… Cosi come raia dell´un, se si conosce, il cinque e il sei» (Paradiso, XV, 56-57): «.. como irradia del uno, si se sabe, cinco y seis·.
Así que, una posible interpretación del lenguaje alusivo de LVI nos lleva a este desglose numérico, el cual nos remite a un simbolismo esotérico muy importante.
Alusiones francmasónicas en LVI para quien las vea así
También, ciertamente, si preguntáramos a un franmasón avispado nos diría que LVI es el anagrama de la escuadra, el compás y la plomada, mas como sospecho que a Cattiaux no se preocupó del simbolismo francmasónico, no incidiré en ello, aunque dicho queda aquí que tal «alusión» es factible igualmente. Asimismo, tanto la estrella de cinco puntas como la de seis son Estrellas Flamígeras en el simbolismo francmasónico, y en el numeral dos en romano (II) podemos ver una «alusión» a las dos columnas del Templo.., pero tal polisemia simbólica no creo que Cattiaux la adoptase en «El Mensaje Reencontrado», aunque sí habla de las dos columnas en sentido alquimista.
El Cinco, la Quintaesencia alquimista y el Microcosmos u Hombre Perfecto
Comencemos por el 5, tan querido por Cattiaux y que, debido a su adhesión al hermetismo y la alquimia, está vinculado especialmente a la Quintaesencia, como Arola señala en su libro al interpretar la pintura Tierra Viva de Cattiaux, que es la imagen que vemos a continuación en cuyo centro se encuentra la estrella de cinco puntas.
Arola recurre para su hermenéusis a «Los Cinco libros» del alquimista Valois tan bien valorado por Cattiaux. Y transcribe estas consideraciones de Valois: «La Piedra no sólo es propiamente la quintaesencia muy pura de todas las cosas, que se desprende y se extrae de su tierra impura y en cuyo interior se encuentra como molesta. Esta quintaesencia no es sino una virtud y una substancia invisible a los ojos del cuerpo, que no puede contenerse a sí misma sin cuerpo, al igual que el alma en el hombre. Por esta razón, esta muy noble quintaesencia requiere un cuerpo muy sutil que se avecina a la nobleza de su substancia sutil. Cuando la quintaesencia está corporificada, es un medicamento maravilloso para toda clase de males, según su mayor o menor grado. Pero el oro contiene la quintaesencia de forma más perfecta que ningún otro cuerpo, tanto por su larga y perfecta digestión dentro de las entrañas de la tierra, como por la pureza y sutileza de la tierra de la cual su cuerpo está formado. Dicho cuerpo, a pesar de que la gente rústica le llame oro, no es más que tierra, ya que, como hemos dicho, la quintaesencia u oro de los filósofos es invisible y en el oro no se percibe otra cosa que la tierra, igual que en el cuerpo humano, donde el alma no se manifiesta sino por sus efectos y facultades».
Como sabemos, el vocablo «quintaesencia» deriva del latín «quintus» y «essentia». Para algunos el quinto elemento (quintaesencia) es posterior a los cuatro elementos o principios «físico-arquetípicos» con el que la materialidad cósmica ha sido hecha, pero hay otros filósofos e iniciados que estiman que los precede. Y a este respecto, como destaca Arola, Cattiaux, escribió en El Mensaje Reencontrado: «El quinto es el que está antes que el primero. Es el que se mueve y que mueve invisible y visiblemente». (MR 31, 45′). Antes del Uno es el Cinco, nos viene a decir Cattiaux, lo que me hace pensar que tal vez percibiera que la Materia Prima en su nivel pre-cósmico, antes de la Creación del Cosmos, es la Quintaesencia como «Éter»: Materia Prima en el «No-Ser» matricial receptor de la Imaginación Divina que, pleno de potencialidad ilimitada, irá materializandose en el mundo de la manifestación en los millones y millones de formas surgidos de las combinaciones de los «cuatro elementos».
La representación geométrica del 5 y, por ende, de la Quintaesencia, es una estrella de cinco puntas, la pentalfa o pentagrama estrellado, que simboliza al Microcosmos según Guénon. Un Microcosmos que es «Principial» como Hombre Universal-Hombre Perfecto y «reflejado» en todo ser humano que, potencialmente, puede llegar a ser un Hombre Perfecto (de ahí que, como señala Cattiaux, «el quinto es el que está antes que el primero. Es el que se mueve y que mueve invisible y visiblemente«). Guénon, a su vez, desvela que el símbolo del Microcosmo corresponde al “hombre verdadero o plenamente realizado quien, más que ningún otro ser, es verdaderamente el “microcosmos”, y ello también a causa de su situación “central”, que hace de él como una imagen o más bien una “suma” (en el sentido latino de la palabra) de todo el conjunto de la manifestación».
Y, llegados a este punto, redirijo a los lectores a la concepción sufi sobre el Hombre Perfecto y a lo que Guénon ha escrito al respecto del Hombre Universal y los Jivatmas (Liberados en Vida) pues no es este ensayo nuestro el lugar idóneo para profundizar en ello.
Es en este contexto hermenéutico donde viene al caso transcribir estas aserciones de Cattiaux en El Mensaje Reencontrado: «La vida en Dios primero es dulzura, alegría y liberación, luego se pierde en la contemplación del Ser sin análisis posible. Quien alcanza a Dios en espíritu y en cuerpo es como la quintaesencia del cielo y de la tierra. En el lugar oculto, la joya luminosa vive actualmente».
El seis, el Sello de Salomón y el Macrocosmos
El seis, en efecto, nos remite a su figura geométrica estrellada (Sello de Salomón, Escudo de David…) que es un gran símbolo de Coniunctio Oppositorum, y al Macrocosmos (Universo), según Guénon.
En la alquimia esta figura es, asimismo, muy importante, tal como podemos leer en las «alusiones» señaladas en las páginas 922 y 923 del Diccionario los símbolos coordinado por Jean Chevalier y Alain Gheerbrant (editado por Herder, como la última traducción de El Mensaje Reencontrado, diccionario que adquirí recien editado en 1986 siendo universitario en Barcelona, por cierto, y alentado por la excelente consideración que le tenía a este diccionario, en francés, Juan García Font, según me había confesado personalmente). Añadiré que, en el hermetismo las analogías Macrocosmos / Microcosmos (secundario, no el Principial) son esenciales.
El número 11 y II
Guénon, en su obra El esoterismo de Dante, desvela la importancia simbólica del número once de esta forma: «Lo cierto es que el número 11 desempeñó un papel considerable en el simbolismo de algunas organizaciones iniciáticas; y, en cuanto a sus múltiplos, recordaremos sólo esto: 22 es el número de las letras del alfabeto hebreo y se sabe cuál es su importancia en la Kábala; 33 es el número de los años de la vida terrestre de Cristo, que vuelve a hallarse en la edad simbólica del Rosa-Cruz masónico, y también en el número de grados de la Masonería escocesa; 66 es, en árabe, el valor numérico total del nombre de Allah. Sin duda, es posible hallar aún otras semejanzas y relaciones. Además de los diversos significados que pueden vincularse con el número 11 y sus múltiplos, el empleo que de él hace Dante constituye un verdadero «signo de reconocimiento», en el sentido más estricto de esta expresión. Allí reside, según nuestra opinión, la razón de las modificaciones que el Inferno experimentó después de su primera redacción». Dante, como se sabe, es una de las cumbres del esoterismo cristiano medieval, como Cattiaux lo ha sido del esoterismo cristiano en su época.
Asimismo, en el Taoísmo, que Cattiaux conocía a través del Tao Te King (Dào D´Jing), el once es el número emblemático del Tao y es el número «por el cual se constituye en su Totalidad la Vía del Cielo y la Vía de la Tierra» (Chevalier y Gheerbrant, p. 779)
Si traspasamos el 11 a números romanos vemos dos palos verticales (II) que, como he señalado más arriba pueden ser «alusiones» a las «dos columnas del Templo» francmasónico, pero también a lo que, para Cattiaux, son los dos pilares del proceso alquimista: Solve et Coagula (Disuelve y Coagula / Separa y Unifica). Y lo dice él mismo, no es que me lo invente: «Buscamos las dos columnas del Templo y las tenemos ante nuestros ojos y al alcance de nuestras manos… Separa lo que está unido y las tinieblas te harán ver el comienzo de la obra. Junta lo que está separado y la luz te conducirá al final de la obra divina, que es el sol glorioso» (MR, XXI, 19). Y es que, «la palabra de Dios procese de su NOMBRE y vuelve a su NOMBRE. Sale fluida y vuelve sólida» (MR,XXXI, 44).
Cattiaux, intuyo, intentó plasmar estas dos operaciones complementarias en las dos columnas de su obra magna El Mensaje Reencontrado que unifica en ocasiones, a lo largo del texto doble-columnario, mediante versos centrales, a modo de tronco común o Coniunctio Oppositorum. Columnas que, por «alusión», plasman «el Cielo y la Tierra» que «se casan» en esos versos medianeros, centrales, en El Mensaje Reencontrado. Estos versos parecen ratificarlo: «¿No están las dos vías sabiamente entremezcladas en él para formar el árbol de vida en vez de ser profanamente separadas para hacer con ellas muletas muertas?» (MR, XXXI, 30); «¿La luz de la vida no ha salido de la unión del cielo y de la tierra? Y ¿las dos vías de Dios no se encuentran milagrosamente unidas en ella sola? Los profanos ignoran ambas, los medio instruidos las separan y las oponen; sólamente los Sabios las juntan y las unen en la unidad de Dios» (MR, XXXI, 41).
Esos dos palos verticales (II) expresan, para mí, la BI-UNIDAD, no la dualidad (para lo dual está el signo arábigo 2). Bi-Unidad de los dos aspectos del Cosmos (el exterior y el interior, el visible y el sutil), y en el ámbito humano, del Atman-Sí Mismo y del ente psicosomático identificado como yo-ego. Son, para mí, complementarios, no opuestos.
LVI, Él, Huwa: un poco de Ciencia de las Letras sufí
Y retornemos al comienzo de este ensayo. Decía allí que toda obra esotérica está plagada de «alusiones» (en la terminología sufi). Y señalaba que Cattiaux se consideraba un médium humano utilizado por la Divinidad para plasmar por escrito El Mensaje Reencontrado, del cual no se consideraba su hacedor (excepto en las insuficiencias y defectos que tuviera).
¿Y qué o quién es Él? La mejor exégesis que siento en mi corazón al respecto es la islámica, y muy especialmente la de Ibn al Arabi, al que considero uno de mis «padres espirituales». En el Corán la tercera persona del singular, Huwa (Él), es muy frecuente referida a Alláh. El nombre Huwwa está formado por dos consonantes (hâ – waw), que son, precisamente, la primera y última letra del alifato o alfabeto árabe (el alfa y la omega en el griego, ese Principio y Fin que es el Logos).
Cada letra es un número y la suma de ambas consonantes suman 11, once, cifra resultante de la cifra latina LVI. Si sumamos los números del 1 al 11 suman 66 que es precisamente el equivalente numérico de Alláh, y el pronombre Huwa reiterado en la Sura Ikhlas es la palabra 66 del Corán:
En el nombre de Alláh, el Muy Compasivo, el Muy Misericordioso
Di: Él, Alláh, es Uno,
Alláh, el Eterno,
No ha engendrado ni ha sido engendrado,
Y no hay otro como Él.
Ibn al Arabi escribió al lmenos dos libros monotemáticos, Kitab al-kashf ma’na y Sharh al-Asma ‘al-husnâ, sobre los Nombres Divinos a través de los cuales lo Absoluto se manifiesta, siendo Alláh el Nombre de los Nombres. Asimismo, en su enciclopédica obra Iluminaciones de la Meca, Ibn Arabi indica que Huwa, «pronombre del ausente», le precede: es «más englobante» que Alláh, por referirse a la Ipseidad Oculta anterior a toda emanación-despliegue-efusión-manifestación, anterior incluso al Intelecto Primero (en la terminología plotiniana). El término Alláh sería, por tanto, el primer grado de revelación de lo Absoluto, Huwwa, Él. Alláh expresa la Unicidad de Huwwa-Él.
Junayd al-Baghâdî (fallecido en el año 910), dijo: «Él (Huwa), añadió, es el Conocedor (al-’ârif) y el Conocido (al-ma’rûf)». Él, Huwa, LVI, es el autor, el texto y el lector de El Mensaje Reencontrado, puesto que es «el padre-madre» de quien «se ha vuelto UNO con aquel que ES» (MR, XXI, 48), ya que quien ama a Dios, le oye, le obedece e imita, le conoce y abraza «se vuelve UNO con Dios» (MR, XX, 73).
A su vez Niffarî, sufi de la misma centuria, nos dice: “La palabra es un velo, el velo es palabra”. Así que, demos ya por concluido este ensayo en el que tan sólo he tratado de mostrar «alusiones» que he percibido en LVI, y que, desde luego, son sólo apuntes que otros, mucho más capacitados que un servidor, pueden sentirse impulsados a profundizar y dárnoslo a conocer.