Tajueco, 9 de octubre de 2016
Entre el equinoccio y el 1 de octubre de este año he leído por vez primera dos ensayos de Aldous Huxley: «Las puertas de la percepción» (1954) y «Cielo e inferno» (1956). En mi juventud leí «Un mundo feliz» y, sospecho, que también su contrapartida beatífica, «La isla«. Y ya en la madurez he recurrido en ocasiones a «La Filosofía Perenne» para la localización de algunos textos tradicionales de sabiduría universal.
Tras la lectura de ambos ensayos -complementarios uno de otro, aunque muchísimo mejor el segundo que, sorprendentemente para mí, se ha convertido en uno de los manuales de estética del Arte y de «lo visionario» que voy a tener presente en adelante, navegué por internet para conocer la vida y obra de Huxley que, como digo, no me resultaba desconocido y al que comencé a apreciar en mi madurez por «La Filosofía Perenne» y por lo que Stanislav Groff comenta sobre él en «El viaje definitivo» en cuyas páginas finales transcribe el relato biográfico de cómo actuó con su primera esposa en las fases últimas de su cáncer terminal y cómo su segunda esposa hizo lo mismo con él en circunstancias parecidas. Su vida y obra me impone respeto y hasta admiración en algunos casos (al respecto recomiendo la lectura de este ensayo de E. Leandro Gaitán: «Del escepticismo al misticismo científico: el itinerario de Aldous Huxley«).
He releído entre el jueves y el viernes algunos apartados de «El juego cósmico. Exploraciones en las fronteras de la conciencia humana«, quizás la mejor obra de Stanislav Grof que «devoré» al leerlo por entero en la segunda quincena de 2008 en aquel período catártico de redacción de mi libro «Y la vida sigue. Confieso que he sufrido«. Y creo que es, en el marco de los estados holotrópicos de la conciencia que describe Grof, donde se puede contextualizar perfectamente los dos ensayos citados de Huxley que trataré de reseñar.
Antes de nada aclararé que no soy partidario de las drogas para cualquier uso profano (evasión, búsqueda placentera cual borrachera de los sentidos, etc..) excepto para reducir el dolor en las fases terminales de la vida humana y/o para operaciones quirúrgicas y situaciones de enfermedad con gran dolor físico. Y confieso que tan sólo una vez, siendo joven, di dos o tres caladas a un «porro», y nada más. No tengo deseo alguno de probar alcaloides visionarios psicodélicos como la mescalina o el LSD, ni otros estupefaccientes. No es ese mi Camino, no lo fue en el pasado ni lo es ahora. Pero sí que estoy interesado en leer lo que algunas personas selectas, como Huxley, han experimentado y meditado acerca de sus vivencias esporádicas de «estados no ordinarios de conciencia» provocados por este tipo de «sustancias provocadoras de visiones-percepciones» de «otros mundos».
Las puertas de la percepción
Huxley, bajo la supervisión del doctor Humprhy Osmond, ingiere cuatro decigramos de mescanila (principio activo del peyote) en mayo de 1953. Hasta su muerte prematura el mismo día que asesinaron al presidente Kennedy, 23 de noviembre de 1963, consumió en doce ocasiones este tipo de «sustancias visionarias» (LSD, mescalina y psilocivina) «y siempre justificando tales ingestas en motivos estrictamente religiosos e inelectuales», según indica su segunda esposa.
El título del primer ensayo «Las puertas de la percepción» lo toma Huxley del gran visionario, poeta y dibujante que fue William Blake en la siguiente estrofa con la que abre este «pequeño gran libro»:
Si las puertas de la percepción
quedaran depuradas,
todo se habría de mostrar al hombre
tal cual es: infinito.
Estrofa que complemento, por mi parte, con esta otra de William Blake:
«Ver un mundo en un grano de arena
y en una flor silvestre un cielo,
contener el infinito en la palma de tu mano
y la eternidad en una hora»
Se pregunta Huxley: «A menos que se también se haya nacido visionario, médium o genio musical, ¿cómo podemos visitar los mundos en los que Blake, Swdenborg se sentían en casa?» Y responde: «Siempre me ha parecido que, por ejemplo, mediante la hipnosis o la autohipnosis, por medio de una meditación sistemática o también tomando la droga adecuada, es posible cambiar mi modo ordinario de conciencia hasta el punto de quedar en condiciones de saber, desde dentro, de qué hablan el visionario, el médium y hasta el místico».
Eso es lo que pensaba Huxley antes de tomar la mescalina: «Estaba convencido por adelantado de que la droga me haría entrar, al menos por unas cuantas horas, en la clase de mundo interior descrito por Blake y A.E. Pero no sucedió lo que yo había esperado: quedar tendido con los ojos cerrados, en contemplación de visiones de geometrías multicolores, de animadas arquitecturas llenas de gemas y fabulosamente bellas, de paisajes con figuras heroicas, de dramas simbólicos, perpetuamente trémulos en los lindes de la revelación». Mas no había tenido en cuenta su «ecuación personal», esto es, sus peculiaridades psíquicas y físicas (por ejemplo su vista enferma: estuvo a punto de quedarse casi ciego en la adolescencia): «pero no había tenido en cuenta las idiosincrasias de mi formación mental, los hechos de mi temperamento, mi preparación y mis hábitos», confiesa seguidamente.
Para Huxley el cerebro humano vela por el normal desarrollo de la vida cotidiana y cercena todas aquellas percepciones sensoriales innecesarias para el mantenimiento de una vida humana «normal», o sea, que el cerebro actua como un policía que sólo deja pasar a muy pocas percepciones sensoriales y psíquicas para no perturbar el «estado ordinario de conciencia». Entre las enzimas que coordinan las operaciones del cerebro hay unas que regulan el suministro de glucosa a las células cerebrales y la mescalina impide la producción de algunas de estas enzimas con lo que se produce una reducción de glucosa. Esta ingesta de mescalina provoca cuatro efectos:
– «1ª. La capacidad de recordar y de «pensar bien» queda poco o nada disminuida…
– 2º Las impresiones visuales se intensifican mucho y el ojo recobra parte de esa inocencia perceptiva de la infancia, cuando el sentido no está inmediata y automáticamente subordinado al concepto. El interés por el espacio disminuye y el interés por el tiempo casi de reduce a cero.
– 3º Aunque el intelecto no padece y aunque la percepción mejora muchísimo, la voluntad experimenta un cambio profundo y no para bien. Quien toma mescalina no ve razón alguna para hacer nada determinado y juzga carentes de todo interés la mayoría de las causas por las que en tiempos ordinarios estaría dispuesto a actuar y sufrir. No puede molestarse por ellas, por la sencilla razón de que tiene cosas mejores en que pensar.
– 4º Estas cosas mejores pueden ser experimentadas -como yo las experimenté- «ahí afuera» o «aquí adentro», o en ambos mundos, el interior y el exterior, simultánea o sucesivamente. Que ‘son mejores’ resulta evidente para todo tomador de mescalina que acuda a la droga con un hígado sano y un ánimo sereno».
Para Huxley «cuando la Inteligencia Libre se cuela por la válvula que ya no es hermética [el cerebro], comienzan a suceder toda clase de cosas biológicamente inútiles. En algunos casos se pueden tener percepciones extrasensoriales. Otras personas descubren un mundo de belleza visionaria. A otras más se les revelan la gloria, el infinito valor y la plenitud de sentido de la existencia desuna, del acontecimiento tal cual, al margen del concepto. En la fase final de desaparición del ego -y no puedo decir se la ha alcanzado alguna vez algún tomador de mescalina-, hay un ‘oscuro conocimiento’ de que Todo está en todo, de que Todo es realmente cada cosa…»
Y aclara: «No soy tan insensato que equipare lo que sucede bajo la influencia de la mescalina o de cualquier otra droga, preparada ya o que se prepare en el futuro, con la realización del fin último y definitivo de la vida humana: el Esclarecimiento, la Visión Beatífica. Yo me limito a decir que la experiencia con la mescalina es lo que los teólogos católicos llaman una ‘gracia gratuita’, no necesaria para la salvación , pero que puede ayudar a ella y debe ser aceptada con agradecimiento, si es que llegamos a recibirla».
En este ensayo, que ocupa setenta páginas en la edición que tengo en las manos, Huxley realiza un estudio comparativo de diversos aspectos figurativos, compositivos y cromáticos de algunas obras pictóricas con los paisajes, geometrías, colores y luces intensificadas que vivió en esta primera experiencia con la mescalina de mayo de 1953. Aboga por la conjunción de la vida contemplativa y la activa, destaca el elemento «holográfico» de algunas percepciones que tuvo y que le llevan a concluir que hay un Orden Superior que prevalece hasta en la desintegración («la Totalidad está presente hasta en los pedazos rotos»), y formula algunas equiparaciones con visiones de esquizofrénicos. En este último punto señala que «la mayoría de los tomadores de mescalina experimentan únicamente la parte celestial de la esquizofrenia. La droga sólo procura infierno y purgatorio a quienes han padecido recientemente una icteria o son víctimas de depresiones periódicas o ansiedad crónica».
Cielo e infierno
Tajueco, 11 de octubre de 2016
El título de este ensayo de 1956 evoca igualmente una obra de Blake y otra de Swedenborg, autores leídos y meditados por Huxley. En el Prefacio escribe: «Este texto es una continuación del ensayo sobre la experiencia con mescalina publicado dos años antes con el título de ‘Las Puertas de la Percepción’. Para una persona en la que el ‘cirio de la visión’ nunca arde espontáneamente la experiencia con la mescalina es doblemente reveladora. Arroja luz sobre las hasta ahora desconocidas regiones de su propia mente y, al mismo tiempo, arroja luz, en forma indirecta, sobre otras mentes dotadas con mayor riqueza para lo visionario que la propia. Reflexionando sobre su propia experiencia, esta persona llega a una nueva y mejor comprensión de cómo otras mentes perciben, sienten y piensa, de las nociones cosmológicas que les parecen evidentes y de las obras de arte por medio de las cuales se sienten impulsadas a expresarse. En las nuevas páginas que siguen he tratado de consignar, más o menos sistemáticamente, los resultados de esta nueva comprensión».
Huxley nos resume así los estratos o niveles captables por la psique humanos: «Un hombre consiste en lo que podría llamarse un Viejo Mundo de conciencia personal y, más allá de un mar divisorio, una serie de Nuevos Mundos -las no muy distantes Virginias y Carolinas de lo subconsciente personal y del alma vegetativa-; el Lejano Oeste de lo inconsciente colectivo, con su flora de símbolos y sus tribus de arquetipos aborígenes; y, separado por otro océano, todavía más vasto, en los antípodas de la conciencia cotidiana, el mundo de la Experiencia Visionaria».
Este último ámbito -transpersonal, Imaginal en el sentido corbiniano del término- es el que más interesa a Huxley. Y nos dice que hay dos métodos para alcanzar esa Experiencia Visionaria, el provocado por productos químicos como la mescalina o el ácido lisérgico o el que surge mediante la hipnosis, si bien, el primer vehículo, el de este tipo de drogas, «tiene más campo de cacción y lleva a sus pasajeros más al interior de la ‘terra incognita’..»
Repite seguidamente lo que ya dijera en el ensayo anterior respecto a la función reductora biológico-psíquica del cerebro enfocada en la supervivencia o resolución de los problemas cotidianos vitales biológicamente con su correspondencia psicológica. Supone que la mescalina perturba el sistemas de enzimas que regulan el funcionamiento cerebral permitiendo así que no se taponen «percepciones» nuevas antes excluidas. Y reconoce que «la enfermedad o la fatiga pueden originar intrusiones análogas de material biológicamente inútil, pero estética y a veces espiritualmente valioso». Así mismo considera que «cabe también que se llegue a lo mismo por el ayuno o por un período de confinamiento en un lugar oscuro y de completo silencio». Otra «técnica pro-visionaria» (sean celestiales o infernales) citadas por Huxley es, dentro del ascetismo, la autoflagelación. Además incluye otras “técnicas pro-visionarias”: inhalación de siete partes de oxigeno y tres de anhídrido carbónico, la lámpara estrosbocópica, la respiración yóguica, gritar o cantar prolongada y continuamente, los mantras, los fuegos artificiales, el fausto y la pompa en ceremonias solemnes y los espectáculos teatrales (“nada queda de los triunfos romanos, los torneos medievales, las mascaradas jacobinas, la larga sucesión de coronaciones, bodas reales y decapitaciones solemnes, las canonizaciones de santos y los entierros de papas”, se lamenta).
Como contrapartida advierte que tanto la experiencia ordinaria cotidiana como el ácido nicotínico son inhibidores de la experiencia visionaria.
La «pirámide» de los «estados del ser» en Huxley es platónica: «Estoy convencido –nos dice- que la cadena causal comienza en el Otro Mundo psicológico de la Experiencia Visionaria, desciende luego a la tierra y sube de nuevo al Otro Mundo teológico del cielo». Y transcribe seguidamente a Platón en «Fedón» para ampliar o clarificar sus palabras: «Existe un Mundo de las Ideas [‘eidola´] por encima y más allá del mundo de la materia … La visión de ese Mundo es una visión de espectadores bienaventurados».
¿Y qué es lo que se ve con la mescalina o el ácido lisérgico? «La experiencia típica comienza con percepciones de formas geométricas vivas, con colores y en movimiento. Más adelante, la geometría pura se hace concreta y el visionario percibe, no formas sino cosas ajustadas a formas, como alfombras, tallas, mosaicos. Esto deja luego el sitio a vastos y complicados edificios, en medio de paisajes que cambian continuamente, pasando de una riqueza a otra riqueza de colores más intensos, de una riqueza a otra riqueza más honda. Cabe que hagan su aparición, aisladas o en multitudes, figuras heroicas, de la clase de Blake llamaba el Serafín. Se advierte el paso de animales fabulosos. Todo es nuevo y asombroso. Casi nunca ve el visionario nada que le recuerde su propio pasado. No está recordando escenas, personas u objetos ni los está inventando; está mirando a una nueva creación».
O sea: está hablando de lo que Henri Corbin denominó «Mundus Imaginalis», el «alam al- Mithal» de los místicos islámicos, etc…
Huxley reconoce que cada visión es única pero afirma que «cabe reconocer que todas ellas pertenecen a la misma especie». Esto es así porque «los paisajes, las arquitecturas, los racimos de gemas y los dibujos brillantes y complicados, en su ambiente de luz preternatural, color preternatural y significado preternatural, constituyen el material que forma las antípodas de la mente».
Huxley considera que cuando se leen los relatos de la Experiencia Visionaria «quedamos en seguida impresionados por la estrecha semejanza entre la experiencia visionaria inducida o espontánea y los paraísos y regiones de fantasía del folklore y la religión. La luz preternatural, la intensidad preternatural en el color y el significado preternatural son las características de todos los Otros Mundos y Edades de Oro. Y, virtualmente en todos los casos, esta luz preternaturalmente significativa ilumina un paisaje -o brota de él- de tan enorme belleza que las palabras no pueden describirlo».
El “platonismo visionario” de Huxley se plasma en su concepción de la “reminiscencia perceptiva”, si se me permite el término. “Vemos, pues, que hay en la naturaleza ciertas clases de objetos, ciertos materiales, con el poder de transportar la mente del espectador en dirección a sus antípodas, sacándola del cotidiano Aquí y acercándola al Otro Mundo de la Visión”. Así, “las piedras preciosas son preciosas porque tienen una débil semejanza con las resplandecientes maravillas que ve la vista interior del visionario”. Lo mismo sucede con otros objetos brillantes, las flores, los colores intensos, la luz irradiante… “Puede que los objetos brillantes –argumenta Huxley- recuerden a nuestro inconsciente de lo que se puede disfrutar en el mundo de los antípodas y que estas vagas indicaciones de la vida en el Otro Mundo resulten tan fascinantes que dediquemos menos atención a este mundo y nos hagamos así capaces de experimentar conscientemente algo de lo que, de manera inconsciente, siempre está con nosotros”.
Y Huxley dedica a continuación una serie de páginas sobre una estética del arte en el que ciertas obras artísticas o elementos específicos “despiertan reminiscencias del Otro Mundo”: la orfebrería, los arabescos, la luz de las lámparas y los cirios, los cristales (vitrales, prismas de cristal, etc), piedras pulidas, cerámica vidriada (y en particular los azulejos del arte islámico), porcelana, el vestuario ostentoso y policromo, paisajes…. Los colores puros y brillantes, como señalaron Platón y Tomás de Aquino, son “la esencia misma de la belleza artística”, pero no de la belleza en general, aclara Huxley, “sino de una clase especial de belleza, la visionaria”. Esto es así, añade Huxley, porque “son característicos del Otro Mundo”, así que, “consiguientemente, las obras de arte pintadas con colores brillantes y puros pueden, en las circunstancias adecuadas, transportar a la mente del espectador hacia sus antípodas”. O dicho de otra forma: “El poder arrobador de muchas obras de arte puede ser atribuido a que sus creadores han pintado escenas, personas y objetos que recuerdan al espectador lo que, consciente o inconscientemente, sabe del Otro Mundo en el fondo de su psique”.
Pero el hombre contemporáneo está saturado de luces debido a la electricidad y también de colores, todo lo contrario a lo que acaecía antes de la Revolución Industrial y, sobre todo, de la Era de la Información-Internet. Y “la familiaridad engendra indiferencia”, así que ahora es más arrobador la iluminación sin sombras (por ejemplo en la fuerte iluminación de monumentos antiguos o esculturas) o cuando luz y color son vistos en la oscuridad del contorno. Así, por ejemplo, hoy día al hombre occidental contemporáneo “una buena fogata en la oscuridad de la noche es uno de los espectáculos más mágicos y arrobadores”.
Y si la Linterna Mágica fascinó y conmocionó a la psique humana de los espectadores de la época ahora su equivalente es el cine, y Huxley sabía de lo que hablaba al respecto puesto que fue guionista de algunas películas de Hollywood y amigo de algunos directores, actores y actrices. “En las enormes y costosas películas ‘espectaculares’, sigue su marcha el alma de la mascarada, en ocasiones pasándose de la raya, pero a veces con buen gusto y una real comprensión de la fantasía inductora de visiones. Además, gracias a la tecnología siempre en avance, los documentales en colores han demostrado ser, cuando están en hábiles manos, una nueva forma muy notable de arte visionario popular”, especialmente en los primeros planos, lo cual puede aplicarse igualmente a la iluminación de esculturas u obras arquitectónicas desde enfoques muy concretos a unas zonas: “En una obra cuya esencia es su unidad de concepción , elegimos un rasgo aislado, dirigimos sobre él nuestros reflectores y lo imponemos, al margen del contenido total, a la conciencia del observador…”.
“Cielo e Infierno” es el título de este segundo ensayo y, efectivamente, Huxley dedica unas pocas páginas a las experiencias visionarias “infernales”, esto es, a las que no llevan al sujeto a un estado de bienestar psicosomático sino todo lo contrario. Y son muy interesantes sus comentarios al respecto. “Todo aquello que para un visionario sano es una fuente de bienaventuranza provoca en la esquizofrenia únicamente miedo y una sensación de irrealidad que es una constante pesadilla… Para ellos, como para el visionario positivo, el universo está transfigurado, aunque para peor…, la individualización se intensifica y el visionario negativo se ve asociado con un cuerpo que parece hacerse cada vez más denso, cada vez más apretado, hasta que la persona se siente finalmente reducida a la desesperada conciencia de un espeso trozo de materia, no mayor que una piedra que pueda sujetarse entre las manos”. Al respecto comenta que “muchos de los castigos descritos en las diversas reseñas del infierno son castigos de presión, constricción y encogimiento”, y cita los sufrimientos de algunos pecadores tal como los describe Dante en “La Divina Comedia”, por lo que llega a la convicción de que el “Inferno” de Dante es “psicológicamente veraz” (real psíquicamente). “Los esquizofrénicos experimentan muchas de sus penas, y lo mismo pasa a quienes toman mescalina o ácido lisérgico en condiciones desfavorables”.
¿Cómo y por qué el cielo se convierte en infierno?, se pregunta Huxley. “En ciertos casos, la experiencia visionaria negativa es el resultado de causas predominantemente físicas» (problemas en el hígado, por ejemplo), pero lo que más le interesa a Huxley son las causas psicológicas. “El miedo y la ira cierran el camino del Otro Mundo celestial y hunden al tomador de mescalina en el infierno”, y lo mismo le acaece a “quien tiene visiones espontáneamente o bajo hipnosis”.
Ser una persona de buena conducta no parece ser suficiente escatológicamente para ir a un “Más Allá” bienaventurado. La clave está –asegura Huxley. Es la fe “o acaso la amorosa confianza” la que “garantiza la bienaventuranza de la experiencia visionaria”. “Las emociones negativas –el miedo, que es la falta de confianza, el odio, la ira o la malicia ,que excluyen el amor- garantizan en cambio que la experiencia visionaria, si es que llega a producirse, será aterradora… Por eso es muy importante el estado de ánimo en el momento de la muerte”, nos advierte Huxley.
Ahora bien, “la experiencia visionaria no es la misma cosa que la experiencia mística. La experiencia mística está más allá de la esfera de los opuestos. La experiencia visionaria está dentro de esta esfera… Si la conciencia sobrevive a la muerte corporal, sobrevive, según es de presumir, en todos los niveles mentales: en el de la experiencia mística, en el de la experiencia visionaria bienaventurada, en el de la experiencia visionaria infernal y en el de la experiencia individual cotidiana”. O sea, hay diversas vivencias post-mortem en los Mundus Imaginalis escatológicos.