Hoy día, desgraciadamente, existe un alejamiento masivo de la gente occidental hacia la religión. Parece como que el clero no sabe transmitir la Buena Nueva ni siquiera a gran parte de su feligresía. Las iglesias se están quedando vacías. Los teólogos tampoco parecen conectar con el pueblo llano ni tampoco con los intelectuales.
Muchos libros y ensayos se han escrito sobre Jesús de Nazaret fuera del seno de la Iglesia. Esoteristas occidentales como René Guénon y Fritjof Schuon han sabido descubrir y difundir la Philosophia Perennis implícita en el Nuevo Testamento, pero también ha habido interpretaciones interesantes –aunque inferiores respecto a los esoteristas citados- en el ámbito de la Psicología Profunda, especialmente las efectuadas por el suizo Carl Gustav Jung (1875-1971) quien grabó en el dintel de la puerta de su casa una frase en latín que viene a decir que “llamado o no llamado, Dios está siempre presente”.
Jung, en resumidas cuentas, considera que Cristo es el símbolo por excelencia, en Occidente, del arquetipo del Sí-Mismo, esto es del “Dios en nosotros”, la “chispa divina” que es la fuente y centro de la psique –y paradójicamente incluso su totalidad- según la psicología junguiana. El Sí-Mismo, como reiteró en muchísimas ocasiones, expresa la Totalidad (consciente, inconsciente personal e inconsciente colectivo), y psicológicamente hablando es empíricamente indistinguible de la «imago Dei», esto es, del arquetipo de Dios (la idea que la Humanidad ha conformado sobre Dios), lo que nos conduce a la misma simbolización de la India del Atman como imagen del Sí-Mismo.
En Símbolos de Transformación este hermeneuta suizo puso de manifiesto las analogías simbólicas entre el mítico Héroe Solar y Jesús; en Psicología y Alquimia puso de manifiesto las similitudes simbólicas entre Cristo y el «lapis» de la alquimia; en Aión desveló el sincronismo de la Era de Piscis con el simbolismo de Cristo como Pez y como arquetipo del Sí-Mismo que va evolucionando a lo largo de 2.000 años, al mismo tiempo que reflexionaba sobre su «complementario», el Anticristo del Apocalipsis.
«Cristo, como héroe y hombre-dios significa psicológicamente el Sí-Mismo; representa la proyección de este arquetipo, el más importante y central de todos. Funcionalmente, le corresponde la significación del «señor del mundo interior», de lo inconsciente colectivo. Como símbolo de la Totalidad, el Sí-Mismo es una «coincidentia oppositorum»; por lo tanto, entraña a la vez luz y tinieblas. En la figura de Cristo se han separado los contrarios unidos en el arquetipo: por una parte, el luminoso hijo de dios; por la otra, el diablo. La unidad originaria de los contrarios puede reconocerse todavía en la unidad primitiva de Satanás y Yavhé. Cristo y el dragón del Anticristo se parecen enormemente en la historia de su aparición y en su significación cósmica…», afirma en Símbolos de Transformación.
«Durante la redacción de Aión -dice Jung en sus memorias- se me planteó también la cuestión de la figura histórica, del hombre Jesús. Esto era especialmente importante porque la mentalidad colectiva de su época -se podría decir: el arquetipo entonces constelado, concretamente la prefiguración del Anthropos- se abatió sobre él, un profeta judío casi desconocido. La antigua idea del Anthropos, cuyas raíces se encuentran, por una parte, en la tradición judía y en el mito de Horus egipcio, por otra, dominó a los hombres a comienzos de la era cristiana; pues ella correspondía al espíritu de la época. Se trataba del «hijo del hombre», el hijo de Dios que se enfrentaba al «divus Augustus», el señor de este mundo. Esta idea convirtió el primitivo problema judío del Mesías en la cuestión del mundo.
Pero sería un grave error el querer ver como una simple «casualidad» que Jesús, el hijo de un carpintero, anunciara el Evangelio y se convirtiera en el «salvator mundi». Tuvo que ser una personalidad de talla aventajada que fuera capaz de expresar y representar la esperanza general, aunque inconsciente, de su época, de un modo tan perfecto. Ningún otro hubiera podido ser el portador de tal mensaje, sino precisamente este hombre, Jesús». Su numinosidad arquetípica sirvió para que Occidente lograra un avance significativo a nivel de consciencia, tanto en ampliación como en intensificación de los conocimientos conscientes e individuales, pero este proceso fue degradándose y por eso surgieron las contrapartidas alquimistas del «lapis» en la que éste no es solo, como Cristo, el redentor del hombre, sino también, al mismo tiempo, «un dios que ha de ser redimido por el hombre», dice Marie Louise von Franz. Y aclara: «Es como si el alquimista imitase a Cristo hasta un punto tal que incluso llegase a adquirir, como él, cualidad de redentor, la cual ejerce con respecto a la divinidad oculta en la materia».
Para Jung, por otro lado, Buda fue un hombre más completo que Jesús pues asumió conscientemente la realización de su Proceso de Individuación y consecución del Sí-Mismo reclamándolo para sí, mientras que a Jesús se le vino encima, como un destino fatal.
«Buda es, por así decirlo, la comprensión racional (de la encarnación del Sí-Mismo), mientras que Jesús se convierte en víctima del destino. En el fondo tampoco él se comprendió a sí mismo; sólo sabía que debía sacrificarse tal como le fue ordenado desde su interior. Su sacrificio le fue impuesto como un destino. Buda actuaba por convicción; vivió su vida y murió anciano. Cristo probablemente sólo actuó muy poco tiempo como tal», concluye en sus memorias.
Resumiendo, cabría decir que Jesús de Nazareth, desde la óptica de Jung, fue presa de la numinosidad arquetípica del «Cristo interior», del «Dios Interior», del «Sí-Mismo», llegando incluso a una identificación con él. La unilateralidad de la conciencia cristiana hizo preciso que el inconsciente colectivo lo compensase en Occidente mediante los diversos símbolos del Sí-Mismo de la Alquimia, especialmente en la figura dúplex del Mercurio de los Filósofos, concluye Jung.
NOTA de Álmazán: Excepto los dos primeros párrafos (añadidos en enero de 2009), el resto lo escribí en agosto de 1998 en mi foro Eranos.
Muchas gracias por este escrito tan interesante.