El suizo Theophrast Bombast von Hohenhein, llamado Paracelso (1493-1541), es una de las personalidades más destacables del esoterismo durante el Renacimiento. Como médico fue el precursor de la antisepsia, el tratamiento de las heridas, la homeopatía, la moderna farmacopea e incluso de la psicoterapia (1). En el hermetismo de la alquimia fue iniciado muy joven por el obispo Eberhard Baumgartener y, poco después e igualmente en otras ciencias herméticas, por el abad benedictino Johan Tritemio, de quien fue igualmente discípulo Cornelio Agrippa. Asimismo igualmente cabe calificar a Paracelso como astrólogo, mago y teósofo.
Sus escritos influyeron en numerosas figuras del esoterismo occidental-tanto en el ámbito católico como protestante- y de él surgió también una cadena iniciática paracelsiana entre cuyos adeptos cabe destacar al alquimista Gerard Dorn (c.1530 – 1584). Incluso sirvió su aureola de gran alquimista y noble viajero como fuente inspiradora del personaje ficticio Cristian Rosenkreutz inventado en 1614 por Johan Valentín Andreae para explicar el origen de los rosacruces (2).
Noble viajero fue, en efecto Paracelso. Viajó por buena parte de Europa y hasta alcanzó Constantinopla y Alejandría, incluso estuvo en Santiago de Compostela en 1518 (3). Su gran peregrinar por el Camino de la Iniciación queda patente en su faceta como viajero incansable que le permitió contactar con diversos iniciados, y su viaje interior hacia la reunificación del ego con el Yo interior mediante la vía hermética testimonia su nobleza, de ahí que se le haya incluido entre los más destacables nobles viajeros del esoterismo occidental relacionado “no en el ámbito metafísico puro, sino con el orden cosmológico y las aplicaciones ligadas a esta esfera o sea todo aquello que en Occidente ha sido conocido bajo la denominación general de hermetismo” (4).
Con el pueblo llano y los “sin techo” fue magnánimo como médico que se preocupaba tanto de sus almas como de sus cuerpos enfermos con una misericordia y entrega que le salía del corazón (5). El supremo y único médico real –decía-, es Dios, y el médico verdadero no es otra cosa que un instrumento de Dios para aplicar la salud en el psicosomatismo de las personas enfermas merced a la gracia divina fluyente en la Luz de la Naturaleza y a los conocimientos que el médico ha de tener sobre astrología hermética y alquimia en su doble faceta filosófica y químico-farmacéutica. «Únicamente un hombre virtuoso puede ser buen médico», afirmaba.
Por el contrario, en sus relaciones sociales se mostró pendenciero y camorrista. Ante algunos jerarcas civiles y eclesiásticos, así como frente a sus colegas médicos y farmacéuticos fue un crítico sarcástico impedernible, fustigador impetuoso e irascible, cual hiciera Cristo con el látigo en la mano echando a los mercaderes del Templo de Salomón. Sus detractores llegaron a decir que “la mayor parte del día la pasaba embriagado y en las tabernas con la gente vulgar” y que era un hombre “semi-bárbaro, ignorante y vagabundo”, un charlatán y embaucador (6). Las maledicencias, el desprecio social que sufrió fue considerable, como él mismo confiesa: “…las más extrañas clases de personas me han perseguido e insultado, impedido y despreciado, de forma que no he gozado de prestigio entre los hombres, sino que he sufrido el desprecio y he sido abandonado” (7).
¿Hay alguna posible explicación esotérica que explique esta marginación social que él mismo parece, en el fondo, buscar al no callarse ante quienes tenían poder económico, social y religioso cuando sentía que estaban cometiendo alguna injusticia y se aprovechaban de la buena fe de la gente humilde, entre los cuales Paracelso parecía encontrarse como pez en el agua? Yo quiero imaginar que sí y hete aquí que no puedo sino imaginar que Paracelso era algo parecido a lo que, en el esoterismo islámico son los malâmitiyah que, siendo de un altísimo grado iniciático, buscaban el desprecio público. “La identificación aparente de la élite [esotérica] con el pueblo corresponde propiamente, en el esoterismo islámico, al principio de los malâmatiyah, que hacen una regla de tomar una apariencia tanto más ordinaria y común, incluso grosera, cuanto más perfecto y de una espiritualidad más elevada es su estado interior…”, desvela Guénon (8). Sobre ellos escribió elogios sin par Ibn al Arabî en sus Fotuhat… (Revelaciones de la Meca), quien los considera incluso “los más elevados hombres de Dios” y aún así encubren su alto rango iniciático “tras el velo de la vida ordinaria” y aparentando imperfecciones, atrayéndose el vituperio de los fieles ortodoxos para, entre otras cosas, “evitar así las tentaciones de la vanidad espiritual” (9).
Mas ¿qué tiene que ver Paracelso con la Imaginación y sus manifestaciones? Mucho, ciertamente. He aquí un ejemplo: “El alma es una fuente de energía dirigida por ella misma y que se propone a través de la imaginación un objetivo a realizar. Las ideas que nosotros concebimos son centros de fuerza que pueden cobrar vida y ejercer [una] influencia [decisiva]» (10).
Sobre la concepción paracelsiana de la Imaginación remitimos a nuestro ensayo Neville Goddard, visionario del Mundo Imaginal -3- La Imaginación en Paracelso.
NOTAS bibliográficas
(1) Basten dos testimonios al respecto. Giordano Bruno, en 1584, le tuvo en tan alta estima como médico que le equiparó con Hipócratres (c. 460 a. C. – Tesalia c. 370 a. C), al que se le considera fundador de la Medicina y Antropología occidental, y de hecho el propio Paracelso se autodefinía como superior a Galeno y Avicena. Por su parte C. G. Jung, además de considerarle un gran alquimista, habla de él como precursor de la medicina química, así como de la psicología empírica y de la terapéutica psicológica, tal como he destacado en “Paracelso y su alquimia según Jung”, soriaymas.com, 27/11/2002.
(2) “En 1614 y en 1615 la Hermandad de la Rosa-Cruz manifestó públicamente su existencia con tres obritas: «Allgemeine und General Reformation», la «Fama Fraternitatis Rosae Crucis» y la «Confessio Fraternitatis», escritos cuyo autor fue verosímilmente J. V. Andreae (1586-1654)”, afirma Serge Hutin (Las sociedades secretas, Eudeba, Buenos Aires, pág. 27). Para discernir la diferencia esotérica existente entre el adepto Rosa-Cruz que ha recuperado el Estado Primordial y las hermandades rosacrucianas, véase René Guénon, Apercepciones sobre la Iniciación, Ignitus-Sanz y Torres, Madrid, 2006, págs. 318-326.
(3) Arribó España en dicho año por Barcelona y estuvo en Granada, Córdoba y Sevilla, desde donde se dirigió a Lisboa y, desde allí, marchó a Compostela para seguir su periplo por León, Salamanca, Valladolid y Zaragoza. Desde la ciudad maña se dirigió hacia el norte cruzando los Pirineos para llegar a Toulouse y recalar posteriormente en París.
(4) René Guénon, Études sur la Franc-Maçconnerie et le Compagnonnage, Tomo I, Éditions Traditionnelles, Paris, 1977, págs. 52-60.
(5) “La misericordia –exclamaba Paracelso- «es la preceptora del médico». La misericordia debe ser innata al médico. La compasión, que ha impulsado y animado a tantos grandes hombres a su obra, es la determinante del destino de Paracelso. Su ciencia y su arte, que recibió de su padre, fueron los instrumentos que ofreció a su pasión por esa gran compasión … especialmente por los enfermos menesterosos”, afirma C. G. Jung en Paracélsica, Editorial Sur, Buenos Aires, 1966, pág. 38. Esta relevancia paracelsiana de la compasión profesional del médico, que Paracelso afirma que emana de la misericordia y amor de Dios hacia el ser humano, recuerda la prevalencia en Allah de sus Nombres del Muy Misericordioso y Muy Compasivo en el sufi andalusí murciano Ibn al Arabî, que fue, asimismo, un viajero infatigable, primero por Andalucía y el Magreb y posteriormente por Oriente Medio.
(6) Anastasio Chinchilla, Anales históricos de la Medicina en general, Tomo I, Valencia, 1841, pág 378.
(7) Paracelso, Textos esenciales, Edición de Jolande Jacobi, Siruela, Madrid, 2001, pág. 67.
(8) René Guénon, Iniciación y realización espiritual, Ignitus-Sanz y Torres, Madrid, 2007, pp. 208. Guénon amplía los datos sobre los malamies y sus correligionarios en otras tradiciones (junto con las implicaciones esotéricas de situarse entre el pueblo como Prima Materia social y sus actitudes un tanto extravagantes y hasta vulgares), en las págs. 203-219 dedicados a los capítulos “La máscara popular” y “La junción de los extremos”. Ahora bien, el rango espiritual final alcanzado por Paracelso nos es desconocido plenamente, aunque es probable que no pasara de lo que Guénon denomina Estado Primordial y, por tanto, no estaba en el mismo nivel de perfección espiritual metafísica de los malamies.
(9) Miguel Asín Palacios, El Islam cristianizado, Hiperion, Madrid, 3ª ed., 1990, págs.. 453-455
(10) Alexandre Koyré, Místicos, espirituales y alquimistas del siglo XVI alemán
Escrito en Tajueco (Soria-España), 10-junio-2010… Texto que finalmente no incluí ni amplié para mi libro Perdidos en el Mundo Imaginal, editado por Mandala en diciembre de ese año, y del que todavía no han tenido la decencia de abonar ni un euro por derechos de autor….